miércoles, 15 de abril de 2009


Guerrillero
Andas con tu morral a la espalda
Como casa de campaña
Para acampar en el llano
O en su adorada montaña.
Recrea tus ilusiones
Con versos que salen del alma
Y dedica tus canciones
Al pueblo, flora y fauna.
La naturaleza te quiere
Y por eso te acompaña
Ofreciéndote las aves
Como correos de campaña.
Si el combate se prolonga
Las nubes se ponen grises
Los rayos caen con furia
Y la lluvia no descansa.
Como fiera rugen los caños
Se estremecen iracundos
Se junta el cielo y el bosque
Para brindarte la mano
Demostrándote de paso

Cuanto se odia a los tiranos.

EL HOMBRE NUEVO
Escrito por Ernesto Che Guevara

Texto dirigido a Carlos Quijano,
Del semanario Marcha, Montevideo,
Marzo de 1965.
Estimado compañero: Acabo estas notas en viaje por el África, animado del deseo de cumplir, aunque tardíamente, mi promesa. Quisiera hacerlo tratando el tema del título. Creo que pudiera ser interesante para los lectores uruguayos.


Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social o el periodo de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación sobre una base meramente teórica, sino establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria antes y después de la toma del poder.Como es sabido, la fecha precisa en que se iniciaron las acciones revolucionarias que culminarían el primero de enero de 1959, fue el 26 de julio de 1953. Un grupo de hombres dirigidos por Fidel Castro atacó la madrugada de ese día el Cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque fue un fracaso, el fracaso se transformó en desastre y los sobrevivientes fueron a parar a la cárcel, para reiniciar, luego de ser amnistiados, la lucha revolucionaria.Durante este proceso, en el cual solamente existían gérmenes de socialismo, el hombre era un factor fundamental. En él se confiaba, individualizado, específico, con nombre y apellido, y de su capacidad de acción dependía el triunfo o el fracaso del hecho encomendado.Llegó la etapa de la lucha guerrillera. Esta se desarrolló en dos ambientes distintos: el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar, y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo. Fue esta vanguardia el agente catalizador, el que creó las condiciones subjetivas necesarias para la victoria. También en ella, en el marco del proceso de proletarización de nuestro pensamiento, de la revolución que se operaba en nuestros hábitos, en nuestras mentes, el individuo fue el factor fundamental. Cada uno de los combatientes de la Sierra Maestra que alcanzara algún grado superior en las fuerzas revolucionarias, tiene una historia de hechos notables en su haber.En base a éstos lograba sus grados.Fue la primera época heroica, en la cual se disputaban por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor peligro, sin otra satisfacción que el cumplimiento del deber. En nuestro trabajo de educación revolucionaria, volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud de nuestros combatientes se vislumbra al hombre del futuro.En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante la crisis de octubre o en los días del ciclón «Flora», vimos actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico.En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario con la participación en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como factor fundamental de fuerza.Se produjeron en seguida contradicciones serias, resueltas, en primera instancia, en febrero del 59, cuando Fidel Castro asumió la jefatura de gobierno con el cargo de primer ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa.Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además por el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera por el cumplimiento de las promesas hechas.La masa participó en la Reforma Agraria y en el difícil empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los tiempos modernos en la crisis de octubre y sigue hoy trabajando en la construcción del socialismo.Vistas las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de la supeditación del individuo al Estado; la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de Fidel o del alto mando de la Revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento.Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar.Así sucedió en marzo de 1962 ante la política sectaria impuesta al partido por Aníbal Escalante.Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con la masa. Debemos mejorarlo durante el curso de los próximos años, pero, en el caso de las iniciativas surgidas en los estratos superiores del gobierno, utilizamos por ahora el método casi intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a los problemas planteados.Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de integración con el pueblo sólo puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto, coronado por nuestro grito de lucha y de victoria.Lo difícil de entender para quien no viva la experiencia de la Revolución es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.En el capitalismo se pueden ver algunos fenómenos de este tipo cuando aparecen políticos capaces de lograr la movilización popular, pero si no se trata de un auténtico movimiento social, en cuyo caso no es plenamente lícito hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida de quien lo impulse o hasta el fin de las ilusiones populares, impuesto por el rigor de la sociedad capitalista. En ésta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de su comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino.Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que éste se percate. Sólo ve la amplitud de un horizonte que aparece infinito. Así lo presenta la propaganda capitalista que pretende extraer del caso Rockefeller —verídico o no—, una lección sobre las posibilidades de éxito. La miseria que es necesario acumular para que surja un ejemplo así y la suma de ruindades que conlleva una fortuna de esa magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible a las fuerzas populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país, pero ése es un tema que sale de la intención de estas notas.)De todos modos, se muestra el camino con escollos que, aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias puede superar para llegar a la meta. E1 premio se avizora en la lejanía; el camino es solitario. Además, es una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de otros.Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad.Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación.La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no sólo en la conciencia individual, en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este periodo de transición, con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia.En el esquema de Marx se concebía el periodo de transición como resultado de la transformación explosiva del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países que constituyen las ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin. En éstos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son propias contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el sistema. La lucha de liberación contra un opresor externo, la miseria provocada por accidentes extraños, como la guerra, cuyas consecuencias hacen recaer las clases privilegiadas sobre los explotados, los movimientos de liberación destinados a derrocar regímenes neocoloniales, son los factores habituales de desencadenamiento. La acción consciente hace el resto.En estos países no se ha producido todavía una educación completa para el trabajo social y la riqueza dista de estar al alcance de las masas mediante el simple proceso de apropiación. El subdesarrollo por un lado y la habitual fuga de capitales hacia países «civilizados» por otro, hacen imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un gran tramo a recorrer en la construcción de la base económica y la tentación de seguir los caminos trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande.Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo.De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Ese instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social.Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.Las grandes líneas del fenómeno son similares al proceso de formación de la conciencia capitalista en su primera época. El capitalismo recurre a la fuerza, pero, además, educa a la gente en el sistema. La propaganda directa se realiza por los encargados por explicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca a las masas que se ven oprimidas por un mal contra el cual no es posible la lucha.A continuación viene la esperanza, y en esto se diferencia de los anteriores regímenes de casta que no daban salida posible.Para algunos continuará vigente todavía la fórmula de casta: el premio a los obedientes consiste en el arribo, después de la muerte, a otros mundos maravillosos donde los buenos son premiados, con lo que se sigue la vieja tradición. Para otros, la innovación: la separación en clases es fatal, pero los individuos pueden salir de aquélla a que pertenecen mediante el trabajo, la iniciativa, etcétera. Este proceso, y el de autoeducación para el triunfo, deben ser profundamente hipócritas; es la demostracion interesada de que una mentira es verdad.En nuestro caso, la educación directa adquiere una importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce a través del aparato educativo del Estado en función de la cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos tales como el Ministerio de Educación y el aparato de divulgación del partido. La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra.Pero el proceso es consciente; el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca.En este periodo de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma.Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. Las vanguardias tienen su vista puesta en el futuro y en su recompensa, pero ésta no se vislumbra como algo individual; el premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán características distintas; la sociedad del hombre comunista.El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta sólo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.A pesar de la importancia dada a los estímulos morales, el hecho de que exista la división en dos grupos principales (excluyendo, claro está, a la fracción minoritaria de los que no participan, por una razón u otra en la construcción del socialismo), indica la relativa falta de desarrollo de la conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente más avanzado que la masa; ésta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que les permite ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos sólo ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no sólo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora.Todo esto entraña para su éxito total, la necesidad de una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permiten esa marcha, que permitan la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.Esta institucionalidad de la revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.No obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que luchan por una misma causa. El hombre, en el socialismo a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.Todavía es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total conciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación.Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte.Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento de hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía.Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aun cuando sea voluntario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.El cambio no se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son rítmicas; hay periodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.Debemos considerar, además, como apuntáramos antes, que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del programa de Gotha, sino a una nueva fase no prevista por él; primero período de transición del comunismo o de la construcción del socialismo.Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia.Si a esto se agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y política de mayor alcance.La teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica. En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero es menos excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica como base fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a ciegas sino de seguir durante un buen tramo el camino abierto por los países más adelantados del mundo. Por ello Fidel machaca con tanta insistencia sobre la necesidad de la formación tecnológica y científica de todo nuestro pueblo y más aún, de su vanguardia.En el campo de las ideas que conducen a actividades no productivas, es más fácil ver la división entre necesidad material y espiritual. Desde hace mucho tiempo el hombre trata de liberarse de la enajenación mediante la cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más horas en que actúa como mercancía para resucitar en su creación espiritual. Pero este remedio porta los gérmenes de la misma enfermedad; es un ser solitario el que busca comunión con la naturaleza. Defiende su individualidad oprimida por el medio y reacciona ante las ideas estéticas como un ser único cuya aspiración es permanecer inmaculado.Se trata sólo de un intento de fuga. La ley del valor no es ya un mero reflejo de las relaciones de producción; los capitalistas monopolistas la rodean de un complicado andamiaje que la convierte en una sierva dócil, aun cuando los métodos que emplean sean puramente empíricos. La superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que educar a los artistas. Los rebeldes son dominados por la maquinaria y sólo los talentos excepcionales podrán crear su propia obra. Los restantes devienen asalariados vergonzantes o son triturados.Se inventa la investigación artística a la que se da como definitoria de la libertad, pero esta «investigación» tiene sus límites, imperceptibles hasta el momento de chocar con ellos, vale decir, de plantearse los reales problemas del hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o el pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la inquietud humana; se combate la idea de hacer del arte un arma de denuncia.Si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas. La condición es no tratar de escapar de la jaula invisible.Cuando la Revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales; los demás, revolucionarios o no, vieron un camino nuevo. La investigación artística cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas estaban más o menos trazadas y el sentido del concepto fúgase escondió tras la palabra libertad. En los propios revolucionarios se mantuvo muchas veces esta actitud, reflejo del idealismo burgués en la conciencia.En países que pasaron por un proceso similar se pretendió combatir estas tendencias con un dogmatismo exagerado. La cultura general se convirtió casi en un tabú y se proclamó el súmmum de la aspiración cultural una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose ésta, luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba crear.El socialismo es joven y tiene errores. Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La desorientación es grande y los problemas de la construcción material nos absorben. No hay artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran autoridad revolucionaria.Los hombres del partido deben tomar esa tarea entre las manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce el problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente; en arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista «la libertad», porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas las formas de arte posteriores a la primera mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy.Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico-cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal.En nuestro país, el error del mecanismo realista no se ha dado, pero sí otro de signo contrario. Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada. Precisamente éste es uno de los puntos fundamentales de nuestro estudio y de nuestro trabajo y en la medida en que logremos éxitos concretos sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos conclusiones teóricas de carácter amplio sobre la base de nuestra investigación concreta, habremos hecho un aporte valioso al marxismo-leninismo, a la causa de la humanidad.La reacción contra el hombre del siglo XIX, nos ha traído la reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no es un error demasiado grave, pero debemos superarlo, so pena de abrir un ancho cauce al revisionismo.Las grandes multitudes se van desarrollando, las nuevas ideas van alcanzando adecuado ímpetu en el seno de la sociedad, las posibilidades materiales de desarrollo integral de absolutamente todos sus miembros, hacen mucho más fructífera la labor. El presente es de lucha; el futuro es nuestro.Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras; pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las probabilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual dislocada por conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.En nuestra sociedad, juegan un gran papel la juventud y el partido.Particularmente importante es la primera; por ser la arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores.Ella recibe un trato acorde con nuestras ambiciones. Su educación es cada vez más completa y no olvidamos su integración al trabajo desde los primeros instantes. Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus vacaciones o simultáneamente con el estudio. El trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento de educación, en otros, jamás un castigo. Una nueva generación nace.E1 partido en una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educadas para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra las dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo. . .Quisiera explicar ahora el papel que juega la personalidad, el hombre como individuo dirigente de las masas que hacen la historia. Es nuestra experiencia, no una receta.Fidel dio a la Revolución el impulso en los primeros años, la dirección, la tónica siempre, pero hay un buen grupo de revolucionarios que se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo y una gran masa que sigue a sus dirigentes porque les tiene fe; y les tiene fe, porque ellos han sabido interpretar sus anhelos.No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio.Los primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de América y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque indica a las masas de América Latina el camino de la libertad plena.Dentro del país, los dirigentes tienen que cumplir su papel de vanguardia; y, hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución verdadera, a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas sin que se contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita.Los dirigentes de la revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de revolución. No hay vida fuera de ella.En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.E1 revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala local y se olvida el internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se asume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber pero también es una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo.Claro que hay peligros presentes en las actuales circunstancias. No sólo el del dogmatismo, no sólo el de congelar las relaciones con las masas en medio de la gran tarea; también existe el peligro de las debilidades en que se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar su vida entera a la revolución, no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario, bajo este razonamiento deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción.En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu revolucionario.Así vamos marchando. A la cabeza de la inmensa columna —no nos avergüenza ni nos intimida el decirlo— va Fidel, después, los mejores cuadros del partido, e inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme fuerza, va el pueblo en su conjunto; sólida armazón de individualidades que caminan hacia su fin común; individuos que han alcanzado la conciencia de lo que es necesario hacer; hombres que luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la libertad.Esa inmensa muchedumbre se ordena; su orden responde a la conciencia de la necesidad del mismo; ya no es fuerza dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas al espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales una posición, algo que permita apoyo frente al futuro incierto.Sabemos que hay sacrificios delante nuestro y que debemos pagar un precio por el hecho heroico de constituir una vanguardia como nación. Nosotros, dirigentes, sabemos que tenemos que pagar un precio por tener derecho a decir que estamos a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América.Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio, conscientes de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido, conscientes de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte.Permítame intentar unas conclusiones:Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser más libres.El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos.Nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio.Nuestro sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos.El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos.Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.La personalidad juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.Quien abre el camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos, el partido.La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud; en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera.Si esta carta balbuceante aclara algo, ha cumplido el objetivo con que la mando.Reciba nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o un «Ave María Purísima». Patria o muerte.

lunes, 13 de abril de 2009


La soberanía popular



Tomado del libro
“Bolívar y la guerra revolucionaria”
Paginas 73-82
De J.R. Núñez Tenorio
Editorial Quimantu 1973
(Las faltas de ortografía son mías)

Si el proyecto de la emancipación de América se hacia realidad a través de la guerra revolucionaria contra el colonizador Español la garantía del éxito de tan gigantesca empresa residía en la soberanía del pueblo. De de este postulado partía Simón Bolívar, entendiendo que su espada-ejercito libertaria era un instrumento del pueblo americano para conquistar su independencia, libre del tutelaje español. Al hacer la lucha armada emancipadora, había que partir de un hecho incuestionable; la revolución es para la libertad del pueblo. El pueblo es soberano en el estriba la potestad máxima de la republica.

En su conocido discurso al congreso de angostura, el 15 de febrero de 1819, el libertador expreso esa filosofía política del siguiente modo:

“amando lo mas útil, animada de lo mas justo y aspirando a lo mas perfecto al separarse Venezuela de la Nación española, ha recobrado su independencia, su libertad, su Soberanía Nacional. Constituyéndose en republica democrática, proscribió la Monarquía las distinciones de nobleza, los fueros, los privilegios; proclamo los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir. Estos actos eminentemente liberales jamás serán demasiado admirados por la pureza que los ha dictado. El primer congreso de Venezuela ha estampado en los anales de nuestra legislación, con caracteres de indelebles la majestad del pueblo dignamente expresada, al sellar el acto social mas capaz de formar la dicha de una Nación.”

Este texto como las consignas centrales de la revolución emancipadora-Independencia Nacional, libertades democráticas, igualdad social- gira alrededor del principio fundamental de la Soberanía popular. Bolívar es categórico en considerarse un simple juguete de las fuerzas objetivas- huracán revolucionario. A estas fuerzas se deben las causas del triunfo Independentista. Ellas se encuentran en el seno del pueblo. Solo la Democracia- en su concepto- es susceptible de una libertad absoluta. Con claro sentido patriótico apostrofa: ¡He aquí el código que deberíamos consultar y no el de Washington!

La noción de Soberanía Bolivariana esta conectada con tesis capitales que el movimiento social del mundo moderno ha incorporado. La Nacionalidad se afirma como rechazo del vasallaje extranjero. La justicia social, como erradicación de la miseria del hombre. Se trata de crear una Nación Soberana, libre en el concierto del universo; y un ciudadano justo, hombre a carta cabal, integrado en plan de igualdad a los otros hombres. Lo primero lo reflejo el ideario Bolivariano en todo su esplendor; lo segundo, por las limitaciones económico-sociales, se proyecto en la arena de la igualdad social, concretada en su decreto de libertad a los esclavos y su exigencia de crear el buen ciudadano. Por eso, Independencia, igualdad y Soberanía resumen el legado democrático dejado por el Libertador.

Con el advenimiento de la burguesía como clase dominante, surge l proceso universal de la formación de las Naciones, principalmente n Europa, es el periodo en que se vinculan estrechamente las revoluciones democrático-burguesas y los movimientos nacionales de los pueblos. Nuestra emancipación fue un caso especial en este maridaje, según las condiciones históricas ya anotadas. A partir del siglo VI los movimientos nacionales, creadores de las naciones burguesas, se extienden por toda Europa América hasta finales del siglo XIX. Este movimiento arrasa las Monarquías feudales, la nobleza terrateniente, y las fuerzas de las metrópolis colonizadoras. Pero la etapa imperialista del capitalismo, correspondiente al siglo XX, modifico por completo el papel de la burguesía, ante el problema nacional y colonial. El imperialismo ha dividido al mundo en Naciones dominantes y naciones dominadas. Es una pequeña minoría de naciones contra la inmensa mayoría de naciones. Mediante el sojusgamiento y saqueo sistemático de las riquezas y fuerzas de trabajo de los países atrasados, los países imperialistas especialmente los EE:UU , obtienen gigantescos beneficios. Es problema nacional se transforma en un movimiento de liberación nacional y neocoloniales para erradicar el mayorazgo imperial. EE:UU se ha transformado en el enemigo principal de todos los pueblos de la tierra y su compadrazgo es signo inequívoco de de traición nacional. Es reconocimiento del derecho de las naciones ha la autodeterminación se ha trocado, de simple principio del derecho internacional. En una realidad tangible por las fuerzas armadas de los pueblos y naciones libres del mundo. Otro tanto acontece con el reconocimiento de la soberanía e igualdad de los derechos de todos los grupos étnicos y nacionales. Al mismo tiempo una ola de fraterna solidaridad revolucionaria recoge el entusiasmo por la libertad y la justicia social en todos los continentes. Por eso a la conquista de la soberanía popular con la guerra de la independencia, sucedió después una doble sujeción de nuestro pueblo; internamente la nobleza territorial, en conchupancia con la burguesía comercial-importadora, apretó el dogal de la opresión al pueblo, haciendo añicos los ideales Bolivarianos de soberanía popular; externamente con el advenimiento del siglo XX, el imperialismo Norteamericano extendió sus tentáculos hasta nuestras playas sobornando la conciencia de nuestros gobernantes y asegurando así todos los beneficios de nuestras ingentes riquezas naturales no renovables. La soberanía nacional conquistada por Bolívar frente a España se ha derrumbado, y sus escombros quieren presentarlos con la fechada formalista de una supuesta republica políticamente independiente:
Venezuela modelo de neocolonia.

¡A esto conduce la sed de oro de nuestras clases gobernantes!


La guerra revolucionaria emancipadora encabezada por Bolívar a comienzos del siglo XIX fue el primer movimiento históricos de las masas populares Venezolanas para quebrar las cadenas de la opresión. Representada esta por el dominio Español, nuestro pueblo gracias al ejercito libertador, conquisto indudablemente la victoria. Pero apenas comenzaba a disfrutar las mieles, cuando de nuevo el carro de la tiranía hizo de las suyas este carro estaba comandado por la nobleza territorial y los nuevos grupos militares y comerciales emergidos de la reciente contienda. Un fruto que era de todos apenas fue compartido entre una pequeña camarilla. Después aparece desnudamente todo el drama de la explotación, atraso barbarie, despotismo, y vasallaje que los lustros contemplan aterrados. Nuevos estremecimiento sacudirían nuestro suelo; el movimiento liberal de la Federación, con su estupenda guerra de guerrillas abarcando el territorio nacional, y, en nuestros días el movimiento anticolonial que armado con toda esa carga del pasado, y con los ideales mas progresistas y universales de la humanidad alienta el espíritu patriótico para hacer realidad el ideal Bolivariano de la soberanía nacional y popular. Tres grandes movimientos emancipadores: tres viajes de las masas populares por el extenso paisaje de nuestra historia.

El principio Bolivariano de la soberanía popular comprende postulados tan sencillos como los siguientes:

1) La única autoridad es la que proviene del pueblo “la soberanía del pueblo.
Única autoridad legitima de las Naciones”.

Bolívar nunca definió doctrinalmente al pueblo. Puede pensarse que lo concebía como la totalidad de los venezolanos, adoleciendo para la época, de las modernas concepciones sociales. Caracterizado el pueblo como el conjunto de clases sociales., grupos y personalidades interesadas objetivamente en el progreso de una nación en una etapa dada de su desarrollo, esta concepción corrobora la tesis Bolivariana de la soberanía popular. Bolívar entiende que este conglomerado humano es fiel de la balanza, la única autoridad legitima. Pero este enfoque no se puede identificar con la caricatura que posteriormente han hecho de ella los ideólogos y políticos del democratismo burgués y pequeño burgués. En absoluto. Así por ejemplo se pretende reducir el amplio y rico ideal libertario con las simples y engañosas elecciones en lapsos de cinco o más años. La soberanía del pueblo se ejerce todos los días, en su unidad, en su combate, a través de todas las formas de lucha que hagan reivindicar su autoridad. Bolívar alertaba contra el fantasma de las elecciones ilegales y fraudulentas, como previendo el nuevo macarrón demagógico que nublaría, negándola, la legitima autoridad popular: “en ninguna parte las elecciones son legales- señala en su escrito sobre la América Española- en ninguna se sucede en el mando por los electos según la ley. Si Buenos Aires aborta un Lavalles… si Purreydon se roba el tesoro público, no falta en Colombia quien haga otro tanto. Si Córdoba y Paraguay son oprimidos por hipócritas sanguinarios, el Perú nos ofrece al general La Mar cubierto con la piel de asno, mostrando la lengua sedienta de sangre americana. Y en las uñas de un tigre”

Tampoco la soberanía popular Bolivariana se comprendía- como se ha hecho escuela desde la independencia- aprobando constituciones con derechos humanos de papel meramente formales, que no aseguran y mucho menos garantizan su ejercicio real por los ciudadanos, en absoluto. Se ha dicho, con tesis historiográfica original, que el drama de nuestros pueblos ha sido la inpractivilidad de las constituciones aprobadas. ¡Que sarcasmo! Siempre en todas partes donde los opresores impongan su opresión y despojo, habrá divorcio entre lo formal y los hechos, entre la teoría y la praxis. Solo el ejercicio de la autoridad popular asegura que la constitución aprobada se lleve a la realidad, imponiendo derechos humanos de carne y hueso. Entonces no se trata de algo peculiar en América latina, sino una verdad consustanciada con toda la fuerza social del universo.
El mismo Bolívar lo decía;

“no hay buena fe en Latinoamérica, ni entre las naciones. Los tratados son papeles; las constituciones, libros; las elecciones, combates; la libertad, anarquía, y la vida, un lamento.”


2) Solo el pueblo unido es Soberano.

La potestad popular esta asegurada en su unidad. Dividido el pueblo, el opresor lo somete. Su fuerza, su soberanía esta en su unión. Esta concepción le da un alcance profundamente democrático- popular a la tesis Bolivariana, por encima del democratismo-reformista contemporáneo, que desea reducirlas a las susodichas elecciones fraudulentas y continuistas cada lustro con derechos de papel abreviados a su expresión tipográfica.

Dijo el libertador el 16 de Diciembre de 1826:

“allí el pueblo ejercerá su omnipotencia, allí decretara sus leyes fundamentales. Tan solo el conoce su bien y es dueño de su suerte; “pero no un poderoso, ni un partido, ni una fracción. Nadie sino la mayoría es soberana. Es un tirano el que se pone en el lugar del pueblo: y su potestad, usurpación.”

Esto es lo que hemos vivido: regimenes de usurpación. Siempre una minoría gobernante: un caudillo, una fracción de la sociedad. Con la agravante de que esta fracción en el poder traiciona, frente al vasallaje extranjero, y el explotador criollo, los objetivos del pueblo, manteniendo el mismo estribillo de dominio y expoliación. Como usurpadores se enriquecen, destilan whisky y prebendas, espadas y bayonetas, discursos y peroratas, mientras la bota encarnecida acogota a nuestro pueblo. Aquella exigencia de unión, al morir en Santa Marta, para que cesasen los partidos, no tiene ese sentido romántico e idealista que interesadamente se le ha querido dar, sino la profunda exigencia de que solo en la unidad el pueblo es soberano,

¿Cuándo ha estado unido nuestro pueblo? Primeramente en la vida de de Bolívar. Su epopeya bélica ciño con unión los laureles conquistados por el pueblo. ¿Qué fue nuestra independencia sino salir de casa a empuñar el arma con el otro, frente al mismo enemigo común, a pesar de las diferencias intestinas? La unidad popular como fundamento de la soberanía del pueblo se fraguo en el suco fecundo de la guerra revolucionaria independentista. En el curso de aquellos años, la balanza se inclinaba a favor de las fuerzas patrióticas en la medida que los propios éxitos militares y políticos hacían engrosar el frente unitario del pueblo. Después se inicio la división y con ella la opresión. El movimiento guerrillero Federista volvió a hacer praxis la unidad del pueblo a través del combate. Recientemente vimos, cual crisol relancino, la unidad del 23 de Enero, derrocando al déspota. Pero tras cada unidad popular emerge la hidra de la opresión dividiendo al pueblo. Hasta que el pueblo diga basta al despotismo, y conquiste al calos de sus combates, la victoria definitiva contra el opresor. Hagamos nuestro el testamento dejado por Bolívar, minutos antes de morir, cual sagrado compromiso: si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajare tranquilo al sepulcro. Aspira a la unidad del pueblo clama contra la división partidista. Su mensaje póstumo anega la consabida demagogia politiquera del democratismo burgués, mediante el cual se engaña al pueblo. Bolívar exige la unidad popular genuina y revolucionaria, forjada al calor de la gesta emancipadora, y no la unidad formal y ambigua, que busca la resignación de las masas populares:

“para sacar de este caos nuestra naciente republica, todas nuestras facultades morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo: la composición del gobierno en un todo: y el espíritu nacional en un todo. Unidad, Unidad, Unidad esa debe ser nuestra divisa. La sangre de nuestro ciudadanos es diferente, mezclémosla para unirla: nuestra constitución ha dividido los poderes, enlacémosla para unirlos…”

¡Ese es el legado de Bolívar!


3) El pueblo que combate, al fin triunfa.

Este es el tercer precepto en el análisis de la soberanía popular. Significa-como la cerebre frase- la libertad no se exige, se conquista. El pueblo habrá de alcanzar su soberanía mediante la lucha. Si la unidad del pueblo es la condición de su autoridad soberana, el combate es la fuerza determinante para hacer realidad este objetivo. La combinación de una y otra las comprende Bolívar, con una plasticidad digna de su genio. El 7 de Noviembre de 1819 dijo a los ilustras hijos del Cauca:

“las armas de la libertad, que han redimido las mas florecientes provincias de Colombia, han dado a vuestro valor el impulso que deseabais. Vuestras manos han roto las cadenas: vuestros grillos han pasado a los pies de vuestros enemigos. Siempre seréis libres porque queréis serlo. El pueblo que combate al fin triunfa.”

Este es el canto a la batalla. Entiende que son objetivas las fuerzas históricas que oprimen y motorizan a los pueblos. Que el opresor somete al oprimido bajo el filo de la espada. No cabe libertad sino en el compromiso de la lucha. Y quien entra en la refriega termina por conquistar la victoria. La brega constante de los pueblos termina por coronar su perseverancia. Nada en la vida niega esa afirmación. En el borrador del texto anterior había anotado “porque el pueblo que combate con fe, al fin triunfa”. ¡Que claridad tan meridiana! Con fe, es decir con la profunda convicción de que el camino emprendido, por duro que sea, no hará decaer los ánimos. ¿Quiere otra lección más enervante la juventud de América?

1) la justicia social hace a todos los hombres iguales: ciudadanos de una sola clase.

Refiriéndose al articulo cuarto de la proclama de Ocumare, el 6 de julio de 1816, sobre la libertad de los esclavos, el libertador ratifica su contenido enviado al presidente de la alta corte de justicia: “la naturaleza, la justicia y la política exigen la emancipación de los esclavos. En el futuro en Venezuela no habrá mas que una clase de hombres; todos serán ciudadanos” ¿Cómo habrá de saber Bolívar que nuevos esclavistas se enseñorearían sobre suelo de América?¿como habrá de comprender que nuevos opresores mantendrían aherrojados a los americanos? ¡Ciudadanos! ¡Cuan cara ha costado a nuestros pueblos esa palabra! Y por ella necesitamos seguir batiéndonos hasta que el reino de la justicia se haga realidad bajo nuestros cielos.

Un nuevo esclavismo nació, el esclavo se hizo campesino enfeudado. Así han trascurrido los siglos. Su manumisión fue un hecho terrible. La guerra federal quiso reivindicar la epopeya pasada, pero también fue traicionada. El campesino siguió pagando con su miseria el despojo de los opresores. Advino entonces el obrero; manufacturero, industrial, minero. Nuevos esclavos de los explotadores, seguía sudando el pueblo Venezolano el vasallaje del imperio extranjero y de los capitalistas y terratenientes criollos. Una clase de hombres todos ciudadanos; y estuvimos, y estamos divididos: ciudadanos opresores y oprimidos; ricos y pobres; ostentosos y humildes; terratenientes y campesinos; burgueses y proletarios; magnate yanqui e indígena criollo; victimarios y victimas; perseguidores y perseguidos; gobierno y oposición…todos ciudadanos: el ansia de justicia corroe las entrañas de nuestro pueblo, y habrá justicia social. Y se eliminaran las vergonzosas divisiones. Y la explotación la opresión y el vasallaje darán libre curso a la justicia, la libertad, y a la soberanía cuando el pueblo unido combata hasta obtener el triunfo, como decía Bolívar al dirigirse a los Peruanos, el 13 de Febrero de 1824: la justicia también os favorece y cuando se combate por ella el cielo no deja de conceder la victoria.

Este es el penetrante sentido democrático-popular que tuvo para el libertador el principio de la soberanía. Se ha temido exponer con toda su carga- equivalente a la que dimano a la gesta emancipadora del cual el siempre fue un simple instrumento- esta profunda convicción tan avanzada y progresista, haciéndose una caricatura democrático-burguesa de su pensamiento. Si bien se alimento de esta ideología es necesario recordar:

1) que no formaba parte de esta clase existente entonces en Venezuela.
2) Que se inspiro en sus principios universales, para entonces los mas avanzados
3) Que Bolívar fue producto de la misma guerra revolucionaria nacional cuyos alcances se perdían en el horizonte.

En consecuencia su doctrina democrático-popular debió recoger toda la pujanza que electrizo a nuestro pueblo en la guerra por la libertad. Quienes no comprendan este hondo sentido ideológico de la obra Bolivariana, seguirán engañados.




EL RODRIGUISMO Y LA PATRIA
No hay Patria sin Libertad
La venia ante el opresor
Humilla a la Humanidad
Simón Bolívar

NUESTRA PERSPECTIVA.

El FPMR nace 14 de Dic. De 1983 Para disputar el monopolio de las armas a la burguesía,
Como respuesta a la derrota de 1973 Y como opción de lucha contra la dictadura ayudando a la lucha multifacética que desarrollaba el pueblo de Chile.

El concepto FRENTE, era dado como aquel lugar donde se podían encontrar distinta opciones políticas para enfrentar a la dictadura en el terreno militar, PATRIOTICO porque sus pilares de pensamiento centrales eran Soberanía Nacional y la Soberanía Popular yMANUEL RODRÍGUEZ como ejemplo de la gesta emancipadora del guerrillero heroico en nuestra primera independencia.

Durante todos estos años de la dictadura los medios de comunicación masiva la prensa oficial y desdeluego El Mercurio y sus diarios, se han negado a usar él termino PATRIOTICO para referirse al FRENTE y al MOVIMIENTO, todavía es común ver el FMR, en vez de FPMR o MMR, en vez de MPMR, es decir el concepto PATRIOTICO les dolió, era y en alguna medida sigue siendo un monopolio ideológico de mucha eficiencia para ellos.

Durante cientos de años los poderosos y ricos de nuestro país se han apropiado del concepto PATRIA para usarlo en su beneficio, es así como la lucha contra la sociedad de la igualdad en 1850, la nefasta guerra contra los mapuches, en la mal llamada “pacificación de la araucania” o la guerra del pacifico, la guerra del salitre. El concepto PATRIA ha sido usado para elevar las diferencias contra nuestros vecinos, traicionando los contenidos de la gesta emancipadora de 1810, que de la mano de Simón Bolívar hablaba de la patria americana, diferenciándose de la América anglosajona.

El concepto patria, es un concepto en disputa que tiene raíces de concepciones ideológicas,
En el propio marxismo ha sido un concepto problemático.
Lenin hablaba que el concepto de “patria” y la actitud de los Marxistas hacia ella en la guerra, esto debe ser considerado de forma histórica concreta y no en abstracto.

Lenin decía “todo el espíritu del marxismo, todo su sistema, requiere que cada tesis sea examinada solo históricamente; solamente en conexión con otras, solamente en relación con la experiencia concreta de la historia”.
Es decir la validez del concepto tendrá que ser examinado en función a la estrategia que tenga el movimiento popular.

Uno escucha conceptos como no nos dividan mas con banderas, no acepto defender una patria para los ricos, todos los pueblos son iguales y por tanto no hay diferencias sustanciales entre nosotros, El proletariado no tiene patria,
No defendamos cosas que tienen que extinguirse, todos estas ideas tienen fundamento, y algo de razón.
Pero a la vez grandes luchas populares y revolucionarias han tenido el concepto patria y el de soberanía como argumentos potentes, Vietnam es un ejemplo, Cuba es otro en nuestras tierras,
La misma revolución bolchevique, con Lenin, a la cabeza construyó el concepto de patria socialista. Este concepto se ha usado en las estrategias de liberación nacional, que cruzo todo el siglo pasado.

Para nosotros la patria no es algo abstracto en si y para si, no es una identidad dada de una vez y para siempre, no es solo una bandera y una geografía marcada en un mapa, es decir no es una esencia inmutable.

La patria tiene que ver en especifico con lo que es Chile, con que es ser chileno, la chilenidad y con las opciones clasistas o de sectores populares.
Sabemos que el color de la bandera puede cambiar, de hecho la patria vieja tuvo otra bandera,
O que los límites pueden cambiar, como se ha cambiado varias veces en nuestra historia, PERO la chilenidad podría tener algo de más largo aliento, más permanente, aunque no inmutable, de hecho es un concepto que ha cambiado varias veces y que además dentro del propio país tiene distintas visiones.

¿Que es lo chileno, que es la chilenidad?, es un debate que a cruzado toda nuestra historia, el libro del sociólogo Jorge Larrain, titulado “Identidad Chilena”, nos muestra las diferentes visiones de la identidad chilena, es decir que es ser chileno, visiones que van desde la visión militar racial, la visión psicosocial, la visión empresarial postmoderna, la visión hispanista, la visión religiosa, hasta las visiones de la cultura popular.

Lo que estamos tratando de explicar es que el concepto patria, que en lo especifico en lo relativo a Chile, es una tema político e histórico y que esta enmarcado en la idea de construcción o afianzamiento de tal o cual estrategia política, asociado a tal o cual sector social o de clase.

Para nosotros los rodriguistas, el concepto patria,
Nuestro concepto patria, esta asociado íntimamente a la idea fuerza de soberanía nacional y de soberanía popular, tiene validez en la opción de construir una alternativa popular.

¿Por qué?

A.- Chile es un país, dependiente del imperio norteamericano, ellos dictan las políticas económicas, culturales, sociales y políticas que nos rigen. La lógica de mercado que esta por todos lados, la concepción de país productor de materias primas (ratificado por los TLC), la idea de fuerzas armadas subordinadas a los conceptos emanados del pentágono, como en algún momento fue la doctrina de seguridad nacional hoy remplazada por el concepto de seguridad internacional, una política de relaciones internacionales en consonancia con los requerimiento yanques, etc. Todo esto nos Habla de que nos encontramos viviendo en un país virtual, formalmente chileno, pero en la práctica dirigido por el imperio y las transnacionales.

b.- en la globalización neoliberal o del nuevo capitalismo, los estados nacionales y las patrias son relativizadas,
Para un mejor dominio de las transnacionales y de los imperios.
En una globalización de este tipo que objetivamente hace perder soberanía a los pueblos,
En 1993 el senador DC, Edgardo Boeninger dijo que había que aceptar y comprender este fenómeno para Chile. Este senador esta dispuesto a que nuestra PATRIA sea una colonia Yankee

Nosotros decimos no, que lo que corresponde es que Chile sea Soberano, que tenga su propia estrategia de desarrollo y al igual que Allende y otros patriotas, como el general Carlos Prats González, asesinado en buenos aires por la dictadura, queremos que en nuestro País exista soberanía economía, es decir que las riquezas nacionales estén en manos del estado chileno y de la sociedad chilena y no de las transnacionales,
Que exista una real independencia en todos los ámbitos. Por este concepto el imperio ha INVADIDO, desestabilizado, asesinado a pueblos y sectores sociales en todo el mundo. Sin ir mas lejos en Irak, el imperio esta por el petróleo y sus interese geopolíticos en la región, la resistencia iraki recurre a luchar teniendo como Principio la necesidad de su autodeterminación.

También decimos que no estamos `por una globalización de este tipo, que hay que buscar y desarrollar otro tipo de globalización,
Es decir somos alter globalización, buscamos otro tipo de globalización. ¿Por qué?, porque la actual solo busca seguir arrasando al mundo, hacer a los más ricos, a los ricos y a los más pobres a los pobres.
Es necesario elevar la necesidad de independencia de las identidades locales que luchan. Las razones esgrimidas para la autonomía de los colectivos como estrategia de construcción, también es valida para la autonomía de los países, como diría Lenin “hay que defender el derecho de las naciones oprimidas a la auto-determinación, la defensa de este derecho, lejos de fomentar la creación de pequeños estados, conduce por el contrario, a la formación mas libre, mas decidida y por tanto mas amplia y universal de grandes estados y de federaciones de estados, fomentando medidas que sean mas ventajosas para las masas y respondan mejor al desarrollo económico (Lenin 1915 en el folleto: la guerra es la prolongación de la política por otros medios).

Los rodriguistas decimos que:

La Patria es el Hombre y la Mujer y se construye cada día

La defensa de la patria, en este momento histórico, es una opción revolucionaria porque se opone al imperialismo y se opone al actual concepto de globalización capitalista.
Hablar de soberanía nacional, es hablar de tener nuestra propia política de desarrollo, de limitar y desterrar el papel de las transnacionales y el imperialismo en Chile.

Ahora, nosotros definimos nuestro concepto patria, bajo otro concepto fundamental e inseparable, diríamos superior al de soberanía nacional, el de soberanía popular, que nosotros hemos denominado soberanía popular radical.
Como dice una canción española, “la patria son mis hermanos que están labrando la tierra “, en el fondo nosotros aspiramos a que el movimiento popular que creemos democráticamente, de acuerdo a nuestras vivencias, e idiosincrasia, sea la patria, es decir la patria esta en construcción, pero ella debe incluir a todos, también a aquellos que piensan distinto a nosotros, pero que están dispuestos a participar de igual a igual, a que haya reglas iguales para todos, donde las ideas y no la plata sea la que mande.
Buscamos una soberanía popular, un poder popular que vaya construyendo patria y soberanía desde el mundo social, que levante un nuevo proyecto, un nuevo contrato social, asegurado por una asamblea constituyente, que ponga nuevas reglas del juego. La construcción de esto significa una revolución en el Chile de hoy, una revolución que imponga una soberanía popular real y no mediatizada por burocracias, aunque las labores de gestión sigan siendo necesarias por un tiempo.
Es decir el concepto patria para nosotros esta ligado al concepto pueblo y el concepto pueblo esta fuertemente ligado al concepto movimiento popular, que es la construcción de un nuevo sujeto histórico, para nuestro gusto con base en los trabajadores,
Que busca el fin de la explotación del hombre por el hombre.

Patria y pueblo, soberanía nacional y soberanía popular, son momentos, ángulos de la misma idea, no la comprendemos separados, están relacionados.

Los rodriguistas aspiramos al final del camino a la sociedad sin clases, para algunos se llamara comunismo, para otros el reino del señor en la tierra, para otros, como nosotros la sociedad sin clases, es decir, sin propiedad privada, sin explotación del hombre por el hombre, sin mercancías, sin mercado, en la consecución de ese objetivo ultimo, donde termine el PRE- historia del hombre y se abra la historia, con otro tipo de contradicciones, que las abran por supuesto, donde no todos serán felices, pero podrán serlos, en tanto las necesidades materiales serán condignamente satisfechas. Donde abra una sola gran patria la humanidad.
En el proceso de ese camino, abra necesariamente momentos distintos, en el camino de lucha, la liberación no será total de una vez, ira de lugar en lugar ganado espacios,
El espacio regional hoy en día será clave.
La construcción de la gran patria latinoamericana es nuestro sueño, esto es posible por las contradicciones directas con el imperio, que es él más nefasto de la historia, Nuestra lucha es por la segunda independencia, la primera, que fue en 1810, como sabemos fue limitada, aunque valiosa, ella fue continental, Los Patriotas de entonces soñaron con la patria latinoamericana, como Simón Bolívar, sucre, marti, y tantos otros aunque fueron derrotados, pero no pudieron ser derrotadas sus ideas y hoy nosotros las abrazamos

En estos días debemos liberarnos primero nosotros mismos, ganarle al sistema en nuestro propio yo,
luego en colectivos, luego en comunas, en nuestras patrias, en nuestra región, en la humanidad, esta es una guerra de posiciones, donde no abran etapas, donde cada cosa se potenciara así mismo y a las otras, donde los tiempos son políticos y no cronológicos,
el proceso no es de manera lineal, como predeterminado, no hay determinismo, tendrá avances, y retrocesos, pero tendrá que caminar, porque si no cambiamos esto, como lo dijo el compañero Fidel, la especie, es decir la humanidad esta en peligro de extinción por este sistema criminal que es el capitalismo mundial.
Nuestra PATRIA es, anti-imperialista y Bolivariana
Nuestra lucha es anticapitalista, aunque usemos en algún momento métodos capitalistas, como transición,
Nuestra lucha es anti burocrática, aunque necesitemos de la “gestión” o mediación para destruir lo establecido y construir otra sociedad.

Nuestra PATRIA es Bolivariana porque en Bolívar nos encontramos Todos los que queremos construir algo diferente a lo que conocemos como sociedad (esta clase de sociedad)
En Bolívar Se unen los anhelos de una sociedad mas justa y digna
Nuestra lucha es patriótica, porque es por la independencia y ella esta asociada a la soberanía nacional y popular, nuestra lucha es en Chile y América-latina, porque nuestra suerte es también la del peruano, boliviano, argentino, colombiano, mexicano y de todos, los que habitamos este continente y el mundo
Nuestra lucha es también por la humanidad toda.
En eso estamos.

Soberanía Nacional
Para nosotros la lucha por nuestra soberanía nacional es para la libertad del pueblo y la hace el pueblo en su quehacer diario, ya que el es el soberano y en el estriba la máxima potestad de la republica.
El concepto de soberanía popular de los rodriguistas esta basada en dos tesis que el movimiento popular ha incorporado.
1) la nacionalidad se afirma en el rechazo del vasallaje extranjero.
2) La justicia social, como erradicación de la miseria del hombre

Se trata de crear una nación Soberana libre en el concierto del universo; un ciudadano justo, hombre a carta cabal, integrado en plan de igualdad a los otros hombres.
Creemos que nuestro concepto se refleja en el planteamiento de Bolívar cuando decreta la libertad de todos los esclavos, y su exigencia de crear el buen ciudadano. Es por esto que independencia, igualdad y soberanía resumen el legado democrático de los luchadores por nuestra primera independencia.

Ex frentista que huyó de la cárcel es candidato a diputado
Un ex frentista que escapó de la cárcel de La Serena en 1988 irá como candidato a diputado por ese distrito en la lista del pacto Juntos Podemos. Se trata de uno de los fundadores del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y actual miembro de la dirección nacional del MPMR, Luis Vega, quien fue detenido en 1988. Dos semanas antes que asumiera el gobierno el ex Presidente Patricio Aylwin, se fugó de la cárcel de La Serena junto con otra rodriguista. "Aprovechamos la hora de visitas y salimos caminando de la cárcel", contó.
Se mantuvo clandestino durante dos años más y en 1993, tras una conferencia de prensa, fue detenido nuevamente. Estuvo en la Cárcel Pública y luego lo trasladaron a La Serena, donde a los 8 meses salió en libertad bajo fianza."Hace dos años nuevamente fui detenido por el mismo proceso de 1988, estuve dos meses preso y me rebajaron la pena. Como ya estaba cumplida, salí en libertad y hace tres semanas me llegó la resolución de la Corte Marcial donde oficializan la rebaja de la pena", dijo.
Aunque Vega ya se inscribió en el registro electoral admite que "corremos el riesgo de que nos dejen abajo porque sin duda molestará que un ex combatiente rodriguista sea candidato a diputado".


Bolivarismo y marxismo, un compromiso con lo imposible



por Comandante Jesús Santrich/Integrante del Estado Mayor Central de las FARC-EP
ABP/08/04/2009
En defensa de la utopía, como homenaje al Comandante Manuel Marulanda Vélez, El Héroe Insurgente de la Colombia de Bolívar, en el primer aniversario de su viaje hacia la eternidad.
¡Lo imposible es lo que nosotros tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los días!
BOLÍVAR.
Continuaremos luchando por construir para Colombia, un Estado justo que avance hacia la igualdad social y no que profundice los abismos entre pobres y ricos, como el actual. Por alcanzar un sistema social acorde con las realidades del siglo XXI, que reivindique nuestras mejores tradiciones, valores y riquezas, que mantenga viva la dignidad de nuestro pueblo por la autodeterminación y contra la injerencia imperial, por la justicia, la solidaridad latinoamericana y la vigencia del ideario bolivariano de alcanzar para nuestros pueblos la mayor suma de felicidad posible.
Del Manifiesto Político de las FARC-EP.Novena Conferencia Nacional de Guerrilleros.
Montañas de Colombia, enero de 2007.
Utopía en el plano de la praxis
El fenómeno mundial del capitalismo, para ser superado de manera definitiva, mirando hacia el horizonte de la utopía comunista, tendrá que chocar con un fenómeno de revolución socialista de alcance mundial que –con seguridad- irá, como diría Lenin, rompiendo con la cadena imperialistas por los eslabones más débiles. En todo caso, de la realidad, de nuestra propia historia y circunstancia, ha de nutrirse el marxismo siempre auscultando en cada rincón del tiempo y el espacio para visualizar la marcha de la sociedad, influyendo en ella, transformándola, sin quedarnos esperando a que las condiciones nos caigan de los cielos.
Es la utopía esencia de los marxistas, como es esencia también la búsqueda selectiva de las “estructuras significativas”, el rescate para la ciencia social y para la práctica revolucionaria del vigor de la visión del conjunto, en el tránsito de su imponderable destino de renovación constante; como método y guía para la acción, su búsqueda deberá indagar en el fenómeno, en la lógica de su movimiento, entendiendo que ninguna categoría, incluso ninguna ley del desarrollo social, es evidente por sí misma; ninguna verdad de ninguna categoría está propiamente en la cabeza de cada hombre por genial que sea, sino en las profundidades, en la superficialidad y en las exteriorizaciones del fenómeno como conjunto, mirándolo de manera dialéctica; es decir, con el examen de las relaciones humanas, por ejemplo, en la sociedad como totalidad que evoluciona en el ritmo de las contradicciones.
Deben tener los marxistas en la utopía un componente esencia de la conciencia, impulsando la acción de las masas, con el convencimiento de que un movimiento revolucionario, donde quiera se geste no puede llamarse tal, si carece de ese componente que se traduce en el esfuerzo imbatible hacia el cambio que se muestra como “imposible”.
Pero es desde la base de la realidad desde donde deberá seguir alzando su vuelo la utopía, el deber ser de la humanidad, el mundo que querríamos como otro mundo posible; es decir, parafraseando a Bolívar, la búsqueda de lo “imposible” mientras de lo posible se encarguen los demás todos los días.
Posibilitar lo “imposible” hasta siempre, sin pretender jamás que se ha de detener la historia…, sin pretender jamás que habría un fin perfecto insuperable…, porque es que el hombre ha de estar infinitamente buscando nuevos y mejores horizontes terrenales.
En el compromiso con lo “imposible” está, precisamente, uno de los valores fundamentales de Bolívar como sujeto revolucionario anterior al marxismo, y del bolivarismo como compendio actual de su ideario. Es de la esencia de la gesta bolivariana la persistencia en la guerra total, contra los opresores españoles y contra los opresores en general. En su conducción de la emancipación, física e intelectualmente, teórica y prácticamente, Bolívar fue no sólo un combatiente por la autonomía política, como lo fueron muchos de sus contemporáneos; fue además un adalid de la revolución continental y un genitor de idearios que ahora son más que nunca necesarios postulados no realizados; pero como necesarios, entonces, son postulados a realizarse indefectiblemente; es decir, utopía: la realización de la Patria Grande, la realización de la República hemisférica, la concreción del equilibrio del universo, etc.
Padre de nuestra nacionalidad colombiana, el Bolívar revolucionario, el Bolívar insurgente y visionario, buscaba la destrucción de todo colonialismo, advirtiendo más allá de lo realmente posible en su tiempo, las posibilidades de lo “imposible” hacia la construcción de una sociedad global en condiciones de igualdad, justicia y verdadera democracia. En esta perspectiva, nos previno, además, de la peligrosidad del imperialismo yanqui.
Consciente del proceso histórico del que participaba, al tiempo que sabía de la necesidad de actuar con determinación transformadora, sin voluntarismo, analizaba Bolívar, sobre la marcha, las condiciones concretas y las posibilidades inmediatas que sobre tales circunstancias podrían lograr materialidad, siempre tomando presente que era el pueblo el verdadero protagonista de la historia y él, Bolívar, tan sólo una “débil paja” arrebatada por el huracán revolucionario. Con visión continental, incluso universal, sin estrecharse en los límites de la parcela de cada pequeña “republiquita”, para el Libertador, mientras los españoles pudieran seguir oprimiendo a cualquier pueblo en el continente, la obra de su ideario estaría inconclusa; y es ese el sentido de su colombianidad.
La dimensión de su sueño colombiano llegaba hasta más allá del propósito de ir a descabezar en Europa a los ladrones que subordinan el universo. La utopía del Libertador, en fin, como toda verdadera utopía, en el plano de la praxis, se plantea lo “imposible” desde la base real de las circunstancias.
Marxismo, bolivarismo y utopía.
Declararse bolivariano y, en consecuencia, declararse revolucionario dentro de la senda del marxismo implica transitar la vida movidos por la esperanza de transformar la sociedad en busca de la justicia; esta es una constante que indefectiblemente implica la utopía como característica de la conciencia, natural fruto del convencimiento racional.
En ello, la utopía es una meta superior de compromiso, en todo caso relativa en cuanto a la apariencia como se presente, ya en manera de posibilidad o “imposibilidad” según las dificultades extremas que plantee; o relativa también en cuanto a finalidad, tomando en consideración que su concreción histórica es, como la misma historia algo cuyo desenvolvimiento no finaliza.
En la esperanzada búsqueda de realización del “imposible”, la marcha conlleva una mescla de ilusiones, realismo, magia y amor al pueblo, como razón de ser de la vida. En fin, la utopía compendia amor, sueños, admiración, arraigo de la historia, visión hacia el futuro, vivencia de todos los estadios del tiempo y el espacio en plenitud como necesidad, deber y anhelo humanizante, cuyo interés esencial es la preservación del hombre y la naturaleza en absoluto equilibrio, desplegando las potencialidades de la fe, de la memoria raizal, de la dignidad y de nuestra identidad como factores vitales para la existencia.
En la senda de la utopía, la marcha del revolucionario desecha la resignación frente a la opresión, y el compromiso con los pobres de la tierra se asume incondicionalmente, de manera perseverante y creadora.
Digamos, entonces que, la concepción marxista-bolivariana de un revolucionario, implica que en su conciencia se abriga un ideario en el que la imagen de una realidad aun no concretada, posible o tal vez incierta, se plantea como meta con el convencimiento absoluto de asumir su realización por “imposible” que parezca, porque, como en la expresión supuestamente temeraria del Libertador, es lo que nos corresponde hacer “porque de lo posible se encargan los demás todos los días”.
Es esa la convicción del Bolívar que se lanza, por ejemplo, a la misión inverosímil, para los más, de trepar sobre las canas de los Andes a liberar a la Nueva Granada; y es la persuasión del Marx que respalda La Comuna de París…, con la certidumbre de que el deber de todo revolucionario es el de “tomar el cielo por asalto”, según el imperativo de su conciencia ética que le impele a liberarse de la opresión, potenciando los valores todos de la experiencia humana, que son inmanentes a la historia.
El autor del Manifiesto Comunista, cuando, en aras del fin altruista, aboga por la posibilidad de arriesgarse en la lucha a enfrentar lo quizás absurdo -¡qué contrasentido más razonable!-, o lo quizás irrealizable, que se tiene en la mente, ejecutando la acción que ha de pasar la prueba de fuego frente al compromiso histórico que planteen las circunstancias, aún a riesgo de la muerte, está desbrozando una concepción de la vida que tiene una propia ética ligada a la dialéctica de la realidad en que se mueve, pero mirando siempre hacia futuro. Ahí, con niveles superiores de generoso altruismo, el decurso del desarrollo histórico se asume con la determinación inquebrantable de enfrentarse a todos los obstáculos que imponga la explotación del hombre por el hombre.
Se trata de la posibilidad cuestionada interactuando con el ideal; el ideal queriendo fundarse como realidad; y el conjunto irrumpiendo, en últimas, como “utopía realista”, según el rasero del revolucionario, pero ocurriendo que, como en el Mayo 68 francés, el realismo también es mágico, porque se trata de ir más allá de lo que aparezca como evidentemente factible, empeñando todas las potencialidades humanas: “seamos realistas, hagamos lo imposible”, era la consigna generalizada que resumía la determinación de cambio de aquel estudiantado ardido levantado en Francia contra el injusto orden establecido.
Esta definición del compromiso con lo “imposible”, que marca el compromiso cumbre de la utopía, perfila una concepción, revolucionaria por supuesto, en la que la visión de la posibilidad, aún en el plano de lo improbable, se visualiza como consecuencia de las convicciones respecto a la finalidad, y como derivada de sentimientos y razones que contienen el riesgo más allá incluso de lo estrictamente racional.
El “pequeño ejército loco” solía llamar Augusto Cesar Sandino, el “General de Hombre Libres” a esa, su guerrilla, que valerosamente enfrentó a los marines yanquis que invadían su patria, y esto porque su búsqueda de verdades en el intrincado camino de su lucha antiimperialista y de emancipación, tomaba no sólo los rumbos indicados por la meticulosa planificación solamente, sino aquellos que indicaban la osadía y el heroísmo; la audacia y el valor, donde la espiritualidad del hombre está guiada por la fe, más allá del conocimiento factual de las circunstancias. Y he ahí entonces las “razones” de la utopía, el “hacer lo imposible porque de lo posible se encargan los demás todos los días”, el “ser realistas haciendo lo imposible”, el “tomar el cielo por asalto”.
En esta concepción, ser marxista y bolivariano está, por qué no, en el plano del realismo mágico de nuestro mundo, que supera el mero racionalismo con toda la simbología, imaginación y la creatividad fundadas en la exquisita tradición raizal amerindiana y en el sincretismo de nuestros mesclados pueblos oprimidos, mestizados, en proposición que anticipe la instauración de la justicia social; es decir, realización del ideal en beneficio de la humanidad.
Utopía: trascendencia y medios para su logro.
Entre lo más preponderante de la condición superior y más humanizante en Bolívar y Marx, está su acción revolucionaria, como inagotable, por que se inspira en una fuente también continua de creación; su imaginación sin cadenas concibiendo el ideario, el deber ser en función del colectivo humano trascendiendo hacia la gloria, en el sentido de la satisfacción por el cumplimiento del deber y más, pues es al mismo tiempo el actuar proyectándonos la visión de un propósito…, de lo que ha de ser, más allá de lo que ahora es; visualización del sumo estadio social en el que la virtud sea la común característica de la humanidad.
En la práctica, el pensamiento y la acción de estos revolucionarios pudiere hacer caso omiso, incluso, de cualquier aparente o preponderante incongruencia entre el propósito y los medios para su logro: lo “imposible”. Y he ahí la verdadera dimensión del revolucionario.
En la utopía se anuncia, entonces la posibilidad del cambio otorgando esperanza, aún si el derrotero para su logro no estuviere definido, como ocurría con la utopía de Mariátegui que aunque no tuviese diseños plenamente específicos, sobre el cómo, el procedimiento para concretar la propuesta, ello no le quita su grande dimensión inspiradora, que no se puede descalificar con la apreciación de que sea exceso de intelectualismo o carencia eficaz de la acción. En el sentido, ciertamente, de que ninguna revolución podría prever la revolución que vendrá después de ella.
Por lo demás, lo lógico es que ningún verdadero marxismo rechazaría o abandonaría, por no tener claridad específica o certeza absoluta de lo que, efectivamente, ha de ser el proyecto de emancipación; y no abandonaría, tampoco, los intentos por totalizar una explicación del capitalismo y de la lucha de clases para enfrentarles, y mucho menos la utopía como propuesta de la creación de un mundo humanamente humano, humanizante entonces, en su prospecto de lucha.
La utopía bolivariana.
Sobre la utopía bolivariana, podríamos decir, sin entrar en el detalle de sus contenidos, en el detalle de los elementos del ideario, que cuando se plantea la transformación liberadora, quizás no esboza aún un orden social sin dominación, no se plantea aún ese orden social en el sentido pleno del socialismo, pero sí, indudablemente, en cuanto a establecer fuertes cimientos de justicia al enfrentar uno de los más perversos e inhumanos sistemas de explotación colonialista que se había sostenido durante siglos, a punta de látigo y segregación infame, sobre los hombros lacerados de la servidumbre indígena y la esclavitud de los negros africanos y afro-descendientes.
El ideario de Bolívar, apuntaba a la construcción de una nueva sociedad sin la opresión y la crueldad de aquel sistema, que aún el liberalismo más “avanzado” de la época lo consignaba como natural y necesario, según se veía, por ejemplo, en los postulados de la Constitución de Filadelfia, donde la defensa del “sagrado derecho a la propiedad” incluía la posesión y dominio de hombres en esclavitud. A esto se oponía el Libertador: “¡Un hombre poseído por otro! !Un hombre propiedad! Fundar un principio de posesión sobre la más feroz delincuencia no podría concebirse sin el trastorno de los elementos del derecho y sin la perversión más absoluta de las nociones del deber”. (BOLÍVAR: Discurso al Congreso Constituyente de Bolivia”. 25 de mayo, 1826).
El hombre propiedad, la esclavitud, el racismo, el individualismo…, el utilitarismo…, eran aspectos nodales del “avanzado” liberalismo estadounidense que en la misma línea se oponía a la independencia indoamericana; pero frente a su inminencia, había ya colocado sus enclaves reaccionarios en el seno del movimiento independentista, como bien lo ejemplifican antibolivarianos sátrapas consumados como Francisco de Paula Santander Omaña.
Bien Simón Rodríguez escribió con sarcasmo: “Los angloamericanos han dejado, en su nuevo edificio, un trozo del viejo -sin duda para contrastar-, sin duda para presentar la rareza de un HOMBRE mostrando con una mano, a los REYES el gorro de la LIBERTAD, y con la otra levantando un GARROTE sobre un negro, que tiene arrodillado a sus pies” (RODRIGUEZ, Simón: “Obras Completas”. Caracas, Venezuela, 1975. T.I, p. 342).
En consecuencia, al hablar de los modelos de sociedad a ser construidos puntualizaba: “... ¿Dónde iremos a buscar modelos? La América española es original. Y originales han de ser: sus instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otro.” (Idem. T.I, p. 343.Ibidem).
Coincide plenamente Bolívar en este planteamiento cuando al hablar de “El Espíritu de las Leyes” advierte en el Congreso de Angostura:“...debo decir que ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situación y la naturaleza de dos estados tan distintos como el inglés americano y el americano español (...) ¿No dice “El Espíritu de las Leyes “que éstas deben ser propias para el pueblo que se hacen? Que es una casualidad que las leyes de una nación puedan convenir a otra? Y que las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima; a la calidad del terreno, a la extensión, al género de vida de los pueblos? Referirse al grado de libertad que la Constitución puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡He aquí el código que debíamos consultar no el de Washington!” (BOLÍVAR, Simón: Discurso ante el Congreso de Angostura 15 de febrero de 1819).
En el mismo sentido agregaba el Libertador que el “código de Washington”, no es democracia, porque no podemos concebir democracia sin libertad: “Vosotros lo sabéis que no se puede ser libre y esclavo a la vez, sino violando a la vez las leyes naturales, las leyes políticas y las leyes civiles” (Ibidem).
En suma la abolición de la servidumbre indígena como de la esclavitud fue aspecto principal del proyecto social de justicia e igualdad promulgado por Bolívar. En 1816, época de plena incertidumbre sobre el destino de la lucha emancipadora…, tiempo en el que las adversidades eran una constante no lejana, en sus escritos está la huella nítida de esta concepción que, naturalmente, está anidada desde mucho antes: “Considerando que la justicia, la política y la patria reclaman imperiosamente los derechos imprescindibles de la naturaleza, he venido en decretar, como decreto, la libertad absoluta de los esclavos que han gemido bajo el yugo español en los tres siglos pasados” ( BOLÍVAR, Simón: Proclama a los habitantes del Río Caribe, Carúpano y Cariaco. 2 de junio).
Con mayor determinación, el Libertador ahora con esta resolución, nutría de contenidos sociales verdaderamente revolucionarios, muy profundos, su lucha emancipatoria, apuntando a destruir las instituciones económicas principalísimas del sistema colonial ibérico. Muy pronto esta iniciativa de su lucha guerrillera en oriente lo propondría como principio Constitucional en su discurso memorable ante el Congreso de Angostura: “La naturaleza, la justicia y la política erigen la emancipación de los esclavos (...) Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o revocatoria de todos mis estatutos y decretos, pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República” (BOLÍVAR, Simón: Discurso ante el Congreso de Angostura, 15 de febrero de 1819).
Respecto a los indígenas, específicamente, también su proyecto social contenía absoluta demanda del reconocimiento de igualdad. Había el Libertador denunciado con vehemencia, por ejemplo, el destino de exterminio que les habían impuesto los colonialistas: “En Méjico -dice-, más de un millón de sus habitantes han perecido en las ciudades pacíficas, en los campos y en los patíbulos” (BOLÍVAR, Simón: Carta al editor de “The Royal Gazeete” Kingston, Jamaica, 18 de agosto de 1815).
Años más tarde, y consecuente con una posición febrilmente entregada de manera continua a la emancipación de los pueblos originarios, insiste en la denuncia sobre la situación lamentable como viven los indígenas pero tomando medidas de gobierno y conminando a su cumplimiento: “Los pobres indígenas -dice- se hallan en un estado de abatimiento verdaderamente lamentable. Yo pienso hacerles todo el bien posible: primero, por el bien de la humanidad, y segundo, porque tienen derecho a ello, y últimamente, porque hacer bien no cuesta nada y vale mucho” (BOLÍVAR, S.: Carta a Santander. Cuzco, Perú, 28 de junio de 1825).
Esta concepción le valió al Libertador que desde las huestes del “ilustrado” liberalismo neogranadino le calificaran, tal como lo hiciera Francisco Soto, de “monstruo del género humano” que marcha al frente de los “descamisados” para realizar “una revolución contra los propietarios” ( RUIZ VIVAS, Guillermo: “Bolívar más allá del mito”. T. I. P. 442).
En su lucha por la igualdad social, las opiniones y resoluciones prácticas a favor de los indígenas, exaltando y reivindicando su cultura, su historia y todos sus valores, fueron abundantes, pero quizás la determinación de resarcirlos con la devolución de sus tierras fue una de las medidas más importantes. Desafortunadamente todo no dependía de su voluntad, y pronto sus contradictores políticos echaron por tierra su construcción.
Vale resaltar que en el proyecto de Bolívar y en su praxis, su atención no se centra solamente en la reivindicación de los negros esclavos y los indígenas, o de alguna etnia en particular, pues si bien hay una preocupación especial por estos sectores que eran los más humillados, es la integración racial, el conjunto de lo que llamaba "macrocosmos verdadero de la raza humana”, lo profundo de su concepción, tal como lo evidencia en Angostura cuando manifiesta que “por las venas de nuestro pueblo corren todas las sangres de la tierra, mezclémosla para unirla”(Simón Bolívar: Discurso ante el Congreso de Angostura, 15 de febrero de 1819.).
En el núcleo duro de su ideario está presente el rechazo a toda segregación racial, y a toda discriminación por concepto de razones de clase. O como lo expresaba, como franco anhelo más que como concreción cierta, ya desde 1812 cuando emprendía la reconstrucción emancipatoria de la primera República fallida, durante la Campaña del Bajo Magdalena (primera etapa de la Campaña Admirable), en Tenerife: “Nosotros somos miembros de una sociedad que tiene por bases constitutivas una absoluta igualdad de derechos y una regla de justicia, que no se inclina jamás hacia el nacimiento o fortuna, sino siempre en favor de la virtud y el mérito” ( BOLÍVAR, S.: Discurso en Tenerife. 24 de diciembre de 1812).
Es decir, la misma convicción que en cuanto a oponerse a las diferencias de clases reiteraría en 1817, en otro intento de reconstrucción republicana, y que en adelante mantendrá como un inamovible de su proyecto social, de su ideario…: “¿Nuestras armas no han roto las cadenas de los esclavos? ¿La odiosa diferencia de clases y colores no ha sido abolida para siempre?”(BOLÍVAR, S.: Proclama al Ejército Libertador. Angostura, 17 de octubre 1817).
Lograr ese propósito emancipante era parte esencial de su utopía, y con ello no se pretendía la culminación de la misma sino su salto hacia un nivel superior de conquista liberadora con el rompimiento de las cadenas que ataban la conciencia y el logro de la unidad latino-caribeña en función del equilibrio del universo; o sea, su particular idea de la Colombeia mirandina.
Utopía y cambio de época.

Aquí se nos plantea, entonces, el asunto de “el final de la utopía” en el sentido de la conquista del propósito altruista; o su culminación como producto de la muerte de la esperanza; o también el de su finalización en el sentido de Marcuse; es decir, en cuanto a que se den las condiciones para que el propósito que se pretendía altruista cuente ya con las condiciones objetivas y subjetivas para entenderse como absolutamente factible.
Esta circunstancia que en uno u otro caso implica un movimiento de época, un cambio en las características del momento que se vive, un “nuevo período”, una transición o un cambio abrupto respecto a una circunstancia histórica anterior se puede asumir en términos de rompimiento o de renovación, en sentido de rechazo total de lo viejo para sustituirlo por lo nuevo, o en términos del cambio radical que si bien implica desechar lo viejo no involucra ello como absoluto, sino recabando en el rescate de lo más rico del pasado como experiencia, como tradición valiosa, hacia la que siempre hay que mirar para afrontar el futuro con optimismo.
En el revolucionario, el tiempo pretérito no debe desaparecer de su visión creadora, porque es el recinto de la experiencia que hay que acumular para hacer las nuevas construcciones, siendo una falacia aquello del simple cambio de “lo viejo por lo nuevo” para llegar a conclusiones absurdas como esa de que la Modernidad, por ejemplo, no puede pedir a otras épocas las pautas por las que ha de orientarse, sino que depende de sí misma absolutamente…, o que tiene que extraer de sí misma sus elementos normativos.
El pasado no se puede devaluar simplemente por ser tal, pues en tanto las construcciones sociales tiene un sentido histórico, en él también están los principios normativos que la experiencia deja para las creaciones futuras; en definitiva, en tanto la historia es visión del movimiento de la humanidad en todas las dimensiones temporo-espaciales, como conjunto, en el revolucionario la experiencia del pasado va ineluctablemente unida a la proyección de las nuevas metas futuras; es decir que historia y utopía van juntas una con la otra interrelacionadas; o si se quiere, haciendo un mismo conjunto.
Podríamos decir sin temor a equívocos que no hay espíritu revolucionario que no deba estar tocado por la magia de la conciencia histórica, por el sentido de su conocimiento como necesidad que incluye a “lo viejo”, al mismo tiempo que del fervor de la utopía, en una asociación que busca el equilibrio entre lo uno y lo otro en ese camino que llamamos esperanza.
Utopía, “realismo” e historia.
Se suele tomar por conclusión que el marxismo ha criticado la “utopía”, sobre todo refiriéndose al “socialismo utópico”, al que le coloca el “socialismo científico” en oposición, objetando del primero su manera de plantear un futuro mejor sólo en abstracto; y quizás en ese sentido, sobre todo en cuanto a entender que la “utopía” es el sueño irrealizable, la quimera inalcanzable, ser “utópico” se convierte en el estigma de la pura ficción, ilusos sus mentores y seguidores todos…, porque lo que hicieron fue simplemente imaginar paraísos, hermosos anti-mundos, pero sin proponer el cómo que haga alternativa. La “utopía” es vana ocurrencia, podría decirse, para la cabeza de un “realista”, “materialista dialectico-histórico”, que mira hacia “el análisis concreto de la situación concreta”; insubstancial idea, para quien la sola posibilidad vital no basta, pues hay que definir medios y métodos para jugar el papel transformador que indica la “filosofía marxista”, para la que no basta la crítica, podríamos agregar, sino el diseño claro de la alternativa posible.
¿Y lo “imposible entonces”?
Valga precisar, que en el sentido bolivariano la construcción no es fantasiosa; ella se hace sobre bases concretas pero no sólo, sino además con el acicate de la proyección futura que cuando entrelaza utopía e historia le da dimensiones incesantes, no de final en una meta sino de prosecución hacia cada vez nuevos horizontes superiores.
Agreguemos, que no es del caso definir ahora si Robert Owen, Saint-Simon, Fourier o Proudhon al decirse que son socialistas utópicos quedan descalificados por el marxismo, o si sencillamente es una manera de decir que el revolucionario no debe quedarse solamente en el utopismo como ejercicio de la fantasía; es decir en la construcción sin determinación de concreción. Lo que es claro, pero parecen olvidarlo quienes por subrayar en el “realismo” supuestamente “científico” y en la “cientificidad” de un “materialismo” muchas veces desfigurado, es que el socialismo llamado utópico, ha sido y seguirá siendo fuente insustituible del marxismo; el socialismo utópico es, entonces, fuente fundamental también, de las convicciones que nutren al bolivarismo de hoy, en el que como en el marxismo utopizar no puede tener un sentido fuera de la acción y la consecuencia con lo que se piensa.
En términos de Guevara el revolucionario, efectivamente, debe ser “un hombre que actúa como piensa”. Tal como lo era Bolívar, incluso en la búsqueda de lo “imposible” o de lo que pareciera tal. De tal suerte que la utopía es, así, proposición alternativa de vida, posible o, por qué no, “imposible” en un momento determinado, pero factor en todo caso, que mantiene la perspectiva del logro constante de nuevos estadios de desarrollo social humanizantes.
Como la historia, entonces, la utopía que es jalón de su desenvolvimiento, también en la búsqueda de lo que pareciera “imposible”, guarda condición de incesancia y, en consecuencia, es factor que no se consume como energía de cambio.
Bolivarismo y Marxismo: utopía como visión de futuro.
En Bolívar primero que en Marx la visión de futuro estuvo presente como constante; como perspectiva de lo histórico que no se prevé consumido en la propia época que se está viviendo sino que plantea la acción para un prospecto que siempre va más allá, trascendiendo, aún si las circunstancias parecieran adversas para su concreción en el largo plazo. Y no es que Bolívar o Marx no hubiesen trazado horizontes inmediatos también; sí, pero como etapas a ser agotadas en el camino a seguir en busca de horizontes de futuro en los que preveían las sociedades fecundas erigidas sobre el terreno de la igualdad y la democracia. Por ejemplo, para el caso del Libertador, el de una gran patria continental con proyección ecuménica, no para avasallar sino para liberar: " Volando por entre las próximas edades, mi imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo, extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos que la naturaleza había separado, y que nuestra Patria reúne con prolongados, y anchurosos canales. Ya la veo servir de lazo, de centro, de emporio, a la familia humana: ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los tesoros que abrigan sus montañas de plata y de oro; ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del antiguo universo; ya la veo comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuán superior es la suma de las luces, a la suma de las riquezas, que le ha prodigado la naturaleza. Ya la veo sentada sobre el Trono de la Libertad, empuñando el cetro de la Justicia, coronada por la Gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno", (BOLÍVAR, Simón. Discurso ante el Congreso de Angostura).
Tanto en Bolívar como en Marx, no hay pesimismo en el futuro, quizás podría haber en su propio presente decepción y contrariedades producto de la in-concreción de lo inmediato, pero no para el futuro.
Esa es, tal vez, una de las más ricas herencias para los revolucionarios: los elementos para hacer la aprehensión de que frente al peligro en que el imperialismo ha puesto la existencia misma del planeta bosquejando un desarrollismo de catástrofe, no vale de nada la incertidumbre y el silencio, pues frente a los grandes retos, son necesarias las grandes determinaciones, la triple audacia…, la acción que supere el determinismo reivindicando el papel de la subjetividad, la pasión, la audacia, la temeridad y la fe en la iniciativa de las masas aún frente a la inminencia de la “derrota”; porque es que ésta, aun presentándose, en el revolucionario verdadero no se torna en derrota como capitulación hacia la domesticación, la sumisión y el arrepentimiento del propósito, que es lo que pretende el enemigo de clase enrostrando la caída de muchos proyectos “socialistas” o que pretendieron serlo, para en el seno de las izquierdas sembrar el pesimismo, tal como efectivamente lo han conseguido en muchos sectores otrora revolucionarios, y especialmente dentro de esa llamada intelectualidad “progresista”. Han puesto a estos elementos a jugar su asqueroso papel de apóstatas, teorizando sobre la idea engañosa de que nos enfrentamos a un universo que respecto al de unas décadas atrás es radicalmente distinto, en el sentido de que esto implica, entonces, nuevas coordenadas para la acción, nuevas formas de pensamiento; es decir, el abandono de las formas del pensamiento y de la acción política propias de la “era moderna”, pues estamos en la “post-modernidad”. Por tanto, digamos adiós al marxismo y a esa “quimera” que es el socialismo; y en la misma línea, “con mayor razón”, digamos adiós a ese pensamiento “trasnochado” que se compendia en el bolivarismo y es su ideal de Patria Grande.
En el ámbito de la conciencia revolucionaria esto es impensable. Si somos verdaderos marxistas y bolivarianos, aún en las peores circunstancias, nuestra utopía de socialismo y Patria Grande, ha de denotar la mayor fortaleza moral, inquebrantable como la moral del Bolívar de 1812, que derrotado en Puerto Cabello resurge en la Campaña Admirable…, como el Bolívar posterior a cada uno de los fracasos en su brega por expulsar al imperio español de Nuestra América, que de cada adversidad emerge “como el sol, brotando rayos por todas partes”.
Recordémoslo a Bolívar, solamente para ilustrar la moral sublime que atañe la utopía revolucionaria frente a los descalabros, cuando en un momento extremadamente difícil en que en el Perú tomaba fuerza la contrarrevolución porque Torre Tagle y Riva Agüero, con el pleno apoyo de la oligarquía, habían traicionado la causa independentista pasando con hombres y armas, al ejército español, entonces casi moribundo en Pativilca extrema su fe en la victoria. El mismo Sucre, héroe de Ayacucho, a quien el Libertador consideraba el más valioso de sus oficiales aconsejaba en aquella circunstancia desfavorable “evacuar el Perú”, con el fin de “conservar (Colombia) la más preciosa parte de nuestros sacrificios”. No obstante la descripción que hace Joaquín Mosquera de su encuentro con el Libertador nos da la claridad de porqué Pablo Morillo, el “pacificador” español decía que Bolívar “es más peligro vencido que vencedor”, o que “Bolívar es la revolución”. Dice Mosquera, que estando de paso en misión diplomática hacia Chile, se entrevistó con Bolívar en Pativilca y le encontró en lamentables condiciones; “... tan flaco y extenuado (...) sentado en una pobre silla de vaqueta, recostado contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco y sus pantalones de jean, que le dejaban ver sus rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas, su voz hueca y débil, su semblante cadavérico (...) y con el corazón oprimido (…)”. Mosquera viéndolo en aquella situación lastimera le preguntó: “¿Y qué piensa hacer usted ahora?”. Bolívar, entonces “avivando sus ojos huecos, y con tono decidido, me contestó: '¡Triunfar!”. (LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio: "Bolívar". Caracas, 1974, p. 323)
Fue bajo aquellas mimas terribles circunstancias que expresó también: “mi consigna es morir o triunfar en el Perú” (Ídem., p. 327).
Y no ocurrió lo primero: en el año 1825 el ejército del Libertador, con sus armas de infantería, caballería, artillería y marina recompuestas, fue la primera potencia militar de América.
Para el caso de Marx y del marxismo, se puede observar el significado de la utopía, en la reivindicación que Marx hiciera de la misma respecto a la situación concreta de lo vivido por los obreros parisinos de 1870, o en la reflexión que Lenin concibiera en relación con la situación de los revolucionarios rusos de 1905.
En el primer caso, Marx toma el ejemplo de la Comuna de París para hacer planteamientos de fondo que incluso le llevan a variar puntos de vista plasmados en el Manifiesto Comunista. El levantamiento de 1871, logró enorme admiración en diversos aspectos, como el de “la destrucción del Estado parásito”, suscitando además el que se asumiera la esencia del Programa y los objetivos de los revolucionarios parisinos.
Y en el segundo caso, la reivindicación de la utopía se percibe en la crítica de Lenin a Plejánov por sus sermones y querellas contra quienes se atrevieron a hacer el levantamiento: "no había que haber tomado las armas", decían. Pero en justa argumentación de rescate del papel de la subjetividad, del romanticismo si se quiere…, y en contra del malentendido o mal asumido “materialismo”, que descalifica a quienes lo arriesgaron todo por la opción de la dignidad, Lenin pondera a los revolucionarios de 1905 rescatando la posición de Marx en cuanto a la admiración que le generó el intento de los comuneros parisinos de “tomar el cielo por asalto”. Como Marx, Lenin también toma partido por la Comuna de París con todo y su “fracaso” y asume la “derrota” del levantamiento de 1905 en su dimensión positivamente ejemplificante.
En los mencionados casos, como cuando el Che de la Higuera que frente a sus captores dice que aún esa, su “derrota”, puede ser el factor que estremezca la conciencia del pueblo boliviano, en lo que se mira es en el ejemplo que la acción altruista del hombre puede cimentar en pro de la conquista del futuro mejor.
A propósito de la Comuna de París, Marx había escrito que: "La canalla burguesa de Versalles, puso a los parisinos ante la alternativa de cesar la lucha o sucumbir sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera hubiese sido una desgracia enormemente mayor que la caída de un número cualquiera de ‘jefes’."
Palabras estas que son reafirmación de la confianza absoluta en el ímpetu que puede ser el ejemplo de los revolucionarios: “Tomar el cielo por asalto”, al menos intentarlo, en rompimiento con cualquier ortodoxia estéril, contra cualquier “objetivismo” inútil. En fin, “ser realistas, haciendo lo imposible”, como en la determinación de ascender los Andes y contra todo pronóstico triunfar; es decir “hacer lo imposible porque de lo posible se encargan los demás todos los día”.
La negación de la utopía.
¿A quién conviene la negación de la utopía?, ¿a quién conviene cercenar los sueños y las energías para luchar por una sociedad sin explotadores ni explotados, en dignidad, justicia y felicidad, cuando lo que requiere el destino de la humanidad, por el inminente peligro de sobrevivencia que ha impuesto el imperialismo, es su fortalecimiento, hoy más que nuca?
Negar la utopía es negar la posibilidad creadora del ser humano, y sobre manera, la posibilidad transformadora, revolucionaria de ese mismo ser humano.
Hoy en día, acabar con la humanidad, realizar ese desastre antes inimaginable, está dentro de todas las posibilidades científicas, pero quienes nos negamos a creer que el carácter natural del hombre es ser lobo del propio hombre, estamos en el deber de sostener y luchar por la utopía no sólo de la existencia del ser humano y de la naturaleza, sino de su mejor estar en condiciones de colaboración, ayuda mutua y felicidad. Así, la esencia del problema está totalmente evidenciada para el presente: “Comunismo o Caos”.
Lo que está en juego es la supervivencia misma de la especie humana, de la vida y de la naturaleza en general por cuenta del poder destructor del capitalismo. Pero para hacer florecer la alternativa del comunismo, no deberemos esperar pacientemente en la inacción el fin automático del capitalismo; la intervención consciente de la humanidad es una necesidad y un deber impostergable que exige de los revolucionarios la conjugación de la utopía en la praxis liberadora, a cualquier costo.
Entre los revolucionarios farianos la utopía del marxismo, como la utopía del bolivarismo coinciden en lo fundamental con ese propósito imperecedero que es el de la justicia social en condiciones de libertad y dignidad.
En el caso del ideario bolivariano, no obstante, si bien sus líneas esenciales no alcanzan la definición estricta del socialismo según su definición más decantada, sienta sí las necesarias bases para su construcción desde una perspectiva indoamericana, que comporta desenvolver un proceso de unificación continental emancipatoria, con el convencimiento de que su consecución depende exclusivamente de la propia humanidad, pero sobre todo de los revolucionarios, de los Quijotes; o sea, de los hombres como debieran ser. No de “el hombre tal cual es”, el del dominio de lo efímero, el de la realidad transitoria que expresa el Gil Blas al que alude el moribundo Bolívar de Santa Marta. Necesitamos en suma al hombre decidido a soñar, a hacer utopía de lo posible y de lo “imposible”, dispuesto a conquista el ideal con locura si se quiere, locura creadora, aleccionadora, paradigmática, según lo asume el mismo Libertador, quien como diría Juvenal Herrera Torres, el insigne historiador y poeta grancolombiano, “a la manera de don Quijote, condujo a nuestro pueblo, ese Sancho multitudinario, hasta fusionarse en un todo y confundirse en un mismo galope épico hacia la conquista de la utopía. ¡Qué locura! ¡Esta es la locura que hace falta para que la humanidad avance, cuando la cordura es vegetar pasivamente como esclavos siervos! ¡Siempre se ha llamado locura a lo que se sale de lo común!”.
He ahí, entonces, que en el revolucionario, según tal concepción, se compendian el pensamiento y la acción consecuente; se trata del hombre que actúa como piensa, del hombre que redime la utopía; ó, según ejemplifica el Libertador, tal como Cristo, Don Quijote y él mismo…, los majaderos, los necios de la historia. Es decir, el tipo de hombre tal como debiera ser, el hombre que, para el presente, frente a la inminencia del caos capitalista se enfrenta a la opresión para contribuir en la forjación del mundo diferente, así no esté en posibilidad de disfrutarlo para sí mismo.
Esta no es tarea sencilla, porque acabar con la utopía, acabar con los sueños redentores del ser humano, ha sido también el propósito de los que vociferan sobre el fin de la historia y la muerte de las Ideologías, tratando de persuadirnos de la instauración del capitalismo como estadio superior del desarrollo humano, convirtiéndonos hasta siempre en inmenso rebaño de consumidores pasivos, de militantes mansos del fatalismo nihilista.
Pero resulta que el trasegar del verdadero revolucionario, quien ante todo debe ser constructor de futuro, está definido por el optimismo como condición de la marcha de la historia.

Sentido histórico de la utopía.
Día a día deberemos luchar por que las fuerzas productivas no se conviertan en las fuerzas que destruirán el orbe, mostrando que mientras exista la conciencia revolucionaria la posibilidad del deber ser ha de tener toda la energía utópica que la hace conciencia histórica que transitará ineluctablemente hacia una sociedad sin explotadores ni explotados.
Dentro de esta concepción, ni siquiera es admisible el fin de un determinado tipo de utopía, de una utopía en concreto, por la sencilla razón de que, en el sentido expresado, la utopía, aunque se presente con características diversas en momentos diferentes, tal como la historia, lo que hace es adquirir nuevos estadios de desarrollo humanizante, nuevas dimensiones, pero no finalización.
Admitir el fin de la utopía, sería como admitir la posibilidad del fin de la historia.
Podríamos plantear superar el ideario de los socialistas utópicos, como era la intención de la crítica marxista; podríamos plantear superar -no negar-, también, los propósitos y metas del socialismo científico; o, más sencillo aún, los ideales y metas del, en gran medida fracasado, socialismo real; o podríamos seguir propugnado por la sociedad del trabajo como utopía, o también persistir, como Marcuse en los años 60, en que ha llegado el momento histórico en el que es posible construir una sociedad libre porque el desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado el nivel que permitiría erradicar el hambre y la miseria, y así concluir que entonces ese propósito en el mundo dejaba de ser un “sueño utópico”. Se podría, diríamos entonces, atendiendo a esta última concepción, edificar una civilización no represiva porque hay las condiciones para ello y de ahí, pues, tener la evidencia del final Marcuseano del la utopía; un fin que significa “que las nuevas posibilidades de una sociedad humana y de su mundo circundante están dadas…, pero fuera del mismo continuo histórico respecto a la sociedad anterior” (MARCUSE, Herbert: El fin de la utopía. Planeta Editores. Barcelona 1986, p. 7).
Pero en el sentido revolucionario, bolivariano y marxista, ciertamente la utopía está en su propio continuo de cambio dialéctico que, por mucha ruptura o cambio radical que tenga, conlleva ilación con el pasado. No puede ser un concepto estático sino cambiante en sus contenidos proposicionales, los cuales al mismo tiempo no deben ser ataduras a formas ineludibles de experiencias, como las fracasadas del llamado socialismo real, por ejemplo, sino que lo que implican es hacer superación retomando lo positivo de cada realización.
En conclusión, el sentido histórico de la utopía y del “hacer lo imposible”, estaría referido a ideales de transformación social que quizás no tengan aún en su favor los factores subjetivos y objetivos de una determinada situación…; no contengan, digamos, las condiciones de madurez como podría ocurrir en tiempo de Bolívar con la construcción de la Patria Grande, o en tiempos de La Comuna Parisina con la materialización del comunismo, o aún ni en los tiempos del siglo XX en los que se intentaron modelos de “socialismo” muchos de los cuales no cristalizaron reflejando consecuencia o siquiera suficiencia o aproximación respecto al genuino ideal marxista, para perdurar y transitar hacia estadios superiores. Pero de ninguna manera es la utopía la acción contra-natura o anti-histórica. Nada hay que nos indique lo contra-natura o lo anti-histórico del la utopía del socialismo y la Patria Grande como síntesis del la integración bolivarismo-marxismo de nuestros días, por ejemplo.
Esa Utopía llamada América Nuestra.
Cuando retomamos el “hacer lo imposible”, su sentido radica, entonces, en el plano de la provisionalidad y hasta de la dificultad extrema, que implican en la mente del revolucionario “no quedarse sentado esperando a que pase frente a la casa el cadáver del imperialismo”, según el conocido adagio de la Segunda Declaración de la Habana que busca significar aquello de que las condiciones objetivas y subjetivas, no se esperan venidas quien sabe de dónde para luego actuar, sino que se cataliza su presencia con la acción.
Al respecto, cuando los revolucionario cubanos deciden el asalto al Cuartel Moncada, o cuando posteriormente emprenden el viaje del Granma, aunque era evidente que las condiciones materiales de un levantamiento en contra de la explotación capitalista en la mayor de la Antillas estaban dadas, quizás no era previsible aún, que fraguara el levantamiento insurreccional a favor de la instauración del socialismo; no obstante, con osadía, valor y convencimiento se emprendió el camino hacia “el asalto de los cielos”. El resto de la historia es suficientemente conocida. Precisamente en desenvolvimiento práctico de la utopía marxista -que no culminó con el derrocamiento de Batista sino que se potenció en cuanto a aspirar a mayores propósitos altruistas-, aquellos compañeros, luego de haber tomado el poder por la vía de una heroica insurrección armada, en un magnífico documento titulado Primera Declaración de la Habana, levantaban su voz contra el imperialismo y a favor de los intereses más sentidos de los explotados del mundo.
Este documento había surgido en réplica a la llamada “Declaración de San José de Costa Rica”, que no era otra cosa que un papelucho anticomunista surgido contra cuba desde esa cloaca pestilente que es la OEA.
El 2 de septiembre de 1960, evocando esa constelación de la conciencia nuestramericana que es José Martí, la Primera Declaración de la Habana condena al imperialismo que con “la sumisión miserable de gobernantes traidores, ha convertido, a lo largo de más de cien años a nuestra América, la América que Bolívar, Hidalgo, Juárez, San Martín, O’Higgins, Tiradentes, Sucre, Martí, quisieron libre, en zona de explotación, en traspatio del imperio financiero y político yanqui [...]”.
[...]
“Proclama el latinoamericanismo liberador”, en oposición “al panemiricanismo que es solo predominio de los monopolios yanquis sobre los intereses de nuestros pueblos” y rechaza “… el intento de preservar la Doctrina de Monroe, utilizada hasta ahora, como lo previera José Martí, ‘para extender el dominio en América’ de los imperialistas voraces, para inyectar mejor el veneno también denunciado a tiempo por José Martí, ‘el veneno de los empréstitos de los canales, de los ferrocarriles”.
Se cierra aquella declaración valerosa reafirmando que “la América Latina marchará pronto, unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano, y que le impiden hacer oír su verdadera voz en las reuniones donde cancilleres domesticados, hacen de coro infamante al amo despótico”.

Poco tiempo después, ante otra de las tantas egresiones de esa sirvienta de Washington que es la OEA, desde Cuba surgió la Segunda Declaración de la Habana. Nuevamente contra el imperialismo y los poderosos explotadores de la tierra, desde aquel “Territorio libre de América”, se hizo escuchar la voz de la dignidad. Era el 4 de febrero de 1962:

[...]
“El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo [...]”.
Y a favor de los oprimidos señalaba:
[...]
“ Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia [...]”.
[...]
“Porque esta gran humanidad ha dicho: ‘¡Basta!’ y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia”.
[...]
Muchos revolucionarios en el continente convencidos de que “no había que quedarse sentados esperando a ver pasar el cadáver del imperialismo” emprendieron y otros continuaron, con mayor determinación, esa senda de la redención humana que es la lucha por el socialismo, no sin tomar en cuenta el ejemplo de la revolución cubana y sus postulados que venían a nutrir el ideario marxista con la vivificante savia del pensamiento martiano y latinoamericano en general. En Colombia, por ejemplo, donde la resistencia armada comunista cumplía más de una década de iniciada, con la conducción del legendario guerrillero Manuel Marulanda Vélez, hacia 1964 se logra gran cohesión insurgente con la fundación de las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionaria de Colombia. Para entonces, este naciente ejército revolucionario había proclamado, incluso antes de su fecha simbólica de fundación establecida el 27 de mayo, en el fragor de los combates suscitados como consecuencia de la agresión militar gubernamental contra Marquetalia, su Programa Agrario.
En este documento, cuyo aspecto central es el planteamiento de una “reforma agraria revolucionaria”, se dejaba en claro la idea sobre la construcción de un “Frente Único del Pueblo” que destruyera la vieja estructura latifundista de Colombia y lograra el establecimiento de un gobierno de “liberación nacional”. En el séptimo de sus puntos decía: “este programa se plantea como necesidad vital, la lucha por la forjación del más amplio frente único de todas las fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias del país, para un combate permanente hasta dar en tierra con este gobierno de los imperialistas yanquis que impide la realización de los anhelos del pueblo colombiano.”
“Por eso invitamos a todos los campesinos, a todos los obreros, a todos los empleados, a todos los estudiantes, a todos los artesanos, a los pequeños industriales, a la burguesía nacional que esté dispuesta a combatir contra el imperialismo, a los intelectuales demócratas y revolucionarios, a todos los partidos políticos de izquierda o de centro que quieran un cambio en sentido del progreso, a la gran lucha revolucionaria y patriótica por una Colombia para los colombianos, por el triunfo de la revolución, por un gobierno democrático de liberación nacional”.
El Programa Agrario estaba suscrito por los guerrilleros que encabezaban la resistencia y por alrededor de un millar de campesinos.
No pasarían dos años cuando se realiza la Conferencia Constitutiva donde los insurgentes de Marulanda adoptan el nombre de FARC. En la Declaración Política de aquel evento que transcurrió entre el 25 de abril y el 5 de mayo de 1966, además de hacer la denuncia de las agresiones imperialistas contra pueblos de Asia, África y América Latina, contra la ocupación yanqui de Santo Domingo y los estragos causados en Viet Nam, y luego de resaltar la reunión de la Conferencia Tricontinental de La Habana como espacio para la acción solidaria “del mundo democrático contra los agresores imperialistas”, y “para el impulso y desarrollo del movimiento revolucionario mundial, por la paz y el progreso de las naciones”, se puso en conocimiento y se manifestó el rechazo de la guerra sucia de exterminio desatada en los campos colombianos por el imperialismo y la oligarquía, enfatizando en que la lucha es por la toma del poder. Aquella Declaración de la que se conoció también como Segunda Conferencia Guerrillera del Bloque Sur, concluye sus reflexiones con el siguiente párrafo:
“…los destacamentos guerrilleros del Bloque Sur, nos hemos unido en esta Conferencia y constituido las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (F.A.R.C.), que iniciarán una nueva etapa de lucha y de unidad con todos los revolucionarios de nuestro país, con todos los obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales, con todo nuestro pueblo, para impulsar la lucha de las grandes masas hacia la insurrección popular y la toma del poder para el pueblo.”
Marulanda combatiría durante 42 años más. Ni el enemigo ni las peores adversidades lograron su rendición. Como ningún otro revolucionario del continente, más de medio siglo trasegó por las montañas en busca de la concreción de su utopía. Día a día entregó su vida en una guerra de resistencia por lograr ese ideal de la Nueva Colombia. Su pensamiento, en desenvolvimiento de la praxis, se entregaría a denodadas reflexiones e iniciativas que traduciría en planes que permitieran abrirle paso a la construcción del ideario marxista y del ideario bolivariano. Su lucha no sólo había pasado de la reivindicación de la parcela a la causa de la revolución colombiana, sino a la causa misma de la emancipación continental y fundación del socialismo para la América Nuestra unificada en esa gran patria con la que soñara Bolívar.
Contra viento y marea, hasta el último momento de su vida, con el fusil en la mano, el 26 de marzo de 2008, Marulanda marchó hacia la eternidad convencido, indudablemente, de que no hay otro camino para la redención humana que la construcción del comunismo; partió persuadido de la vigencia, de la legitimidad y la necesidad de la insurrección armada en la brega por la establecimiento del mundo mejor sin explotadores ni explotados. Observando esa maravillosa abnegación, nos preguntaríamos con Bolívar: “¿hay mejor medio de alcanzar la libertad que luchar por ella?”
Es evidente que en la mente de revolucionarios de la talla de Marulanda, las condiciones para una revolución no son asunto al que hay que colocarle espera sino determinación de lucha para su creación. Existe un compromiso, podemos decir, de coadyuvar también desde la subjetividad a crear esas condiciones, porque según tal criterio, plenamente correcto, la conciencia, puede influir eficientemente sobre la estructura; porque, como lo pensaba Bolívar, por ejemplo, se construye la unidad mientras se va fraguando la emancipación, y se hace la emancipación mientras se forja la unidad. Y el futuro comienza ahora: “¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte los esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! ¿300 años de calma no bastan? La Junta Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero del Congreso debe a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos" 307. ( BOLÍVAR, Simón. Discurso pronunciado en la Sociedad Patriótica de Caracas, el 4 de julio de 1811), dice Bolívar fustigando a quienes pretenden que aún no había condiciones para proclamar la independencia, cuando para él la urgencia ni siquiera era la liberación de Venezuela sino la unificación y liberación de la América toda.
¡Nuestra patria es la América! Y América es el equilibrio del universo dispuesta para el servicio de la humanidad. Esa es la utopía llena de internacionalismo, solidaridad y profundo humanismo en el pensamiento bolivariano del que era militante Manuel Marulanda Vélez, y en torno al cual formó a su ejército guerrillero.
Simón Rodríguez y la utopía del Bolivarismo.
Ahora bien, que la utopía devenga en realidad, entonces, no implica su fin, sino la transformación de la utopía en una aspiración superior; una mutación de sus cualidades. Como cuando la materia logra, digamos a manera de símil, formas superiores de desarrollo, la utopía evoluciona en la medida en que adquiere realización.
Y en esto se reitera, porque es que abundan también quienes no quieren que la utopía muera, pero no en el sentido de que anhelen su permanencia vital evolutiva sino en el de no querer que se concrete su realización para que en últimas siga un sendero que conlleva al aniquilamiento de la esperanza.
Como parte de la conciencia revolucionaria, la utopía permanece conminando a una lucha constante que esté reflejando o proyectando los objetivos del futuro; llevándolos, como deber, desde el plano de la pura abstracción al plano de su realización mediante la acción a toda costa, o por lo menos a su intento de concreción en una praxis emancipadora de largo aliento.

En ese sentido, respecto al ideal de la Patria Grande, sobre la Utopía Americana, la utopía de Bolívar, podemos retomar las palabras del maestro del Libertador, don Simón Rodríguez: “Esperar que, si todos saben sus obligaciones, y conocen el interés que tienen en cumplir con ellas, todos vivirán de acuerdo, porque obrarán por principios…No es sueño ni delirio, sino filosofía…; ni el lugar donde esto se haga será imaginario, como el que se figuró el Canciller Tomas Morus: su Utopía será, en realidad, la América”, en expresión ubicada en un contexto que indica a la cultura como factor insoslayable para construir el nuevo orden social democrático y republicano, donde el bien común sea lo principal.
Pero como en el maestro Simón Rodríguez, en el Padre Libertador, aunque su ideario volaba sobre edades futuras, su construcción transformadora también tenía horizontes temporales para el momento que estaba viviendo, es decir, lo que podríamos denominar un escenario de utopía en cuanto a mayor factibilidad, pero como paso hacia un escenario de utopía superior para la cual quizás no existían aún las condiciones, pero se imponía como deber humano supremo.
Simón Rodríguez, quien sobrevivió al Libertador, escribiría, en desarrollo de lo que puede designarse como parte del ideario bolivariano, del cual el maestro es prominente fundador, ideas precisas respecto al tipo de sociedad que proyectaba, otorgando un papel fundamental a la razón y conminando a una construcción de sociedad sin calcos: “Originales han de ser las instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otros”. Y magistralmente puntualizaba en que se debía propugnar por “una sociedad además solidaria donde lo normal sea… pensar cada uno en todos, para que todos piensen en él. Los hombres no están en el mundo para entredestruirse sino para entreayudarse”
Rodríguez en este planteamiento de la prioridad que debe tener el bien común en el ordenamiento social incluso supera a Rousseau cuando en este pensador observa y critica sus distracciones a favor del individualismo que le abre paso al utilitarismo egoísta: “el único medio de establecer la buena inteligencia es hacer que todos piensen en el bien común, y que ese bien común es la República: debemos emplear medios tan nuevos como nueva es la idea de ver por el bien común, de ver por el bien de todos” (RODRIGUEZ, Simón:”Obras Completas”. Caracas, Venezuela, 1975. T.I, p. 131).
Este aspecto blandido comporta principios propios del bolivarismo que le diferencian y le dan preponderancia a sus altruistas propósitos sociales muy superiores respecto al liberalismo burgués que, precisamente exaltaba el individualismo utilitarista en el que la propiedad privada aparece en el altar de sus adoraciones. Todo lo contrario se puede observar en el planteo del Libertado, por ejemplo, en el conjunto de su discurso ante el Congreso de Angostura donde el factor dominante es el de la solidaridad humana.
A propósito del utilitarismo, debemos precisar que cuando se produce el rechazo de Bolívar alrededor de Bentham no debe de ninguna manera, como pretenden algunos historiadores de la filosofía, aproximar tal actitud a una posición conservadora en cabeza del Libertador. Es claro que si bien los liberales granadinos y farsantes como Santander reivindicaron a este mentor del utilitarismo en desarrollo de una expresión opuesta al establecimiento hispano, en la orilla contraria de Geremías Benthan, el Libertador Bolívar no se levanta para reivindicar el provincialismo a la manera en que lo hicieron, ellos si en genuino conservadurismo, Mariano Ospina y José Eusebio Caro.
Bolívar se opuso al Benthanismo no en el aspecto de intentar como filosofía una explicación de la acción de los hombres en sociedad sin acudir a instancias “metafísicas”, sino en lo que concierne a sus aspectos representativos del individualismo burgués.
Si bien el Benthanismo significaba un divorcio con el espíritu español como nuevo patrón en las ideas éticas, en la concepción metafísica y en la teoría del derecho y del Estado representaba valoraciones antitéticas respecto a la tradición hispana, lo que representaba en esencia eran los ideales de una clase media comercial e industrial, pragmática y racionalista, aún empeñada en mantener las instituciones esclavistas y de servidumbre del régimen colonialista, a la manera como ocurría, por ejemplo, en Estados Unidos, frente a lo cual Bolívar era ferviente opositor.
Volviendo a Simón Rodríguez, apuntemos que su pensamiento se inscribe, en el proceso de estructuración del ideario bolivariano como componente fundamental de su conceptualización más profunda. Rodríguez está reconocido como un prominente pensador socialista de incuestionable influjo sobre el Libertador; y en esa dirección, es apenas natural que se diera el impacto de las ideas socialistas del maestro en la definición de la conciencia política de su discípulo.
Suele clasificarse a Rodríguez como militante del socialismo utópico, y ello para ubicar, en últimas, en el campo no científico el carácter de sus concepciones y mantener el contraste con las ideas socialistas posteriores a la publicación del Manifiesto Comunista, que sería la temporalidad que marca el surgimiento del socialismo científico, si atendemos a aquella valoración plasmada en el Anti-Dühring, en cuanto a que las teoría socialistas anteriores al Manifiesto correspondían a un período de inmadurez de la producción capitalista y del proletariado.
No obstante, reiteremos en que son antecedentes y fuente primaria de la construcción marxista, que contienen ideas de perdurable valor, de tanta profundidad y madurez como las que se refieren, por ejemplo, en el caso de Rodríguez, a la fuerza creadora del pueblo como base del desarrollo social y de la renovación de la sociedad. Se trataba de un pensamiento retomado, en la práctica por Bolívar, que ya incluía con mucho convencimiento el internacionalismo y la solidaridad como fundamentos de la construcción social, donde la educación, es espacio que unifica la acción intelectual y la manual, sería lo que daría cimiento a la nueva sociedad; es decir, la concepción bolivariano de la moral y las luces como factor de transformación revolucionaria; aspecto que incuestionablemente logra coincidencia absoluta con el marxismo, implicando también una coincidencia científica al menos en estos elementos del pensamiento robinsonianos (por lo de Samuel Róbinson, nombre con el que se conoce también a Simón Rodríguez), que son desarrollados como praxis por el Bolívar Libertador, los cuales, obviamente con todo y la originalidad que ambos Simones le imprimen, no salen de la nada sino de la existencia de un hilo conductor con el pensamiento socialista que toca al maestro en su tránsito por Europa, como con la tradición comunitarista de la América raizal admirada y reivindicada por ambos .
Simón Rodríguez y Gracchus Babeuf, la utopía socialista.
Simón Rodríguez tuvo la posibilidad de percibir de cerca el ambiente que rodeaba a los revolucionarios parisinos de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, lo que conduce a afirmar que como estudioso e inquieto pensador tuvo que haber accedido, según lo indica también el contenido mismo de sus planteamientos, a los primeros socialistas franceses y especialmente a los más radicales.
En época en que Rodríguez trasegó por Europa, ya Babeuf, el protagonista de la conjuración de “los iguales”, en su pensamiento incluía el propósito nítido de conducir a Francia hacia el comunismo agrario mediante la dictadura de un gobierno revolucionario. Barbés y Blanquí se siguieron por similares principios que son retomados por Marx y Engels para delinear su idea sobre la “dictadura del proletariado” en el Manifiesto Comunista de 1848. He ahí, entonces, que ese hilo conductor del pensamiento socialista con respecto a Bolívar mediante Simón Rodríguez, es el mismo que con respecto al Marxismo.
Las ideas de Babeuf no desaparecieron con su muerte ocurrida como consecuencia de la terrible represión de 1797, pues sus partidarios se mantuvieron hasta algunos años después de la muerte de Bolívar, y su influjo tiene tal notoriedad que el nombre de Babeuf ameritó mención en el mismo Manifiesto Comunista.
Es la época radiante del babeuvismo coincidente con la etapa que precede la presencia de Rodríguez nuevamente en América, 1823, ya convertido en un auténtico y profundo socialista.
Pero bien, no es extraño que independientemente de que exista o no un contacto de orden intelectual y temporal, cada quien marchando por su lado, los revolucionarios coincidan en sus apreciaciones y propósitos; y cómo no ha de ser así, si lo que les motiva es un sentimiento profundamente humano de amor al pueblo.
Rosa Luxemburgo explicaba que “el socialismo, en cuanto ideal de orden social basado en la igualdad y fraternidad de todos los hombres, ideal de comunidad comunista, tiene más de mil años”; decía que “entre los primeros apóstoles del cristianismo, entre las sectas religiosas de la Edad Media, en las guerras campesinas, el ideal socialista aparecía como la expresión más radical de la revolución contra la sociedad. Pero en cuanto ideal por el cual abogar en todo momento, en cualquier momento histórico, el socialismo era la hermosa visión de unos pocos entusiastas, una fantasía dorada siempre fuera del alcance de la mano, como la imagen etérea de un arco iris en el cielo”. Así entonces, ¿cómo no admitir la posibilidad que en una época de emancipación como la que le tocó vivir a Bolívar no hubiese existido también tal ideal? Pero además, existen las nítidas evidencias de que así fue. Y es que, Precisamente entre 1820 y 1830 el pensamiento socialista tiene notorio impacto representado por tres grandes pensadores de reconocimiento universal: Saint-Simón (1760-1825) y Fourier (1772-1830) en Francia, Owen (1771-1858) en Inglaterra, de quienes aún reconociendo que no esbozaban la determinación de la toma revolucionaria del poder para hacer realidad sus planteamientos, o el establecimiento del socialismo, habría que exaltar su ingente aporte teórico como fundamental para la construcción teórica marxista.
El caso de Gracchus Babeuf es otro asunto; de este revolucionario sí que no se puede decir que no tenía la determinación de la toma del poder. Aquí estamos, indudablemente, frente a un gran ejecutor de la utopía comunista, verdadero pionero de la acción audaz hacia la concreción de lo “imposible”…; un promotor de la realizabilidad del ideal arriesgando hasta la vida en su causa, pleno para el sacrificio como verdadero revolucionario, incluso en un plano que supera el de la “racionalidad” paralizante, siempre en función de superar las injusticias del régimen burgués pero fuera de ese orden, con la construcción de un nuevo orden que planteaba ya establecer una dictadura popular, tal como lo retoman Marx y Engels, medio siglo después de la muerte de Babeuf, en el Manifiesto Comunista.
En Babeuf, “el poder de su crítica y la magia de sus ideales futuristas, las ideas socialistas”, al contrario de lo planteado por la misma Rosa Luxemburgo, es ejemplo que debe calificarse, en su teoría y en su práctica, como muy trascendental. El hecho de que no hubiese logrado las condiciones y el cúmulo de seguidores que le posibilitaran la concreción de sus ideas, o al menos tener una muerte con más que con “un puñado de amigos en la oleada contrarrevolucionaria”, no quiere decir que su rastro como el de la misma heroica Rosa Luxemburgo no logre ser “más que una estela luminosa en las páginas de la historia revolucionaria”. Claro que lo serán, claro que ya lo son y mucho más.
En Cayo Graco Babeuf, pionero combatiente comunista de vanguardia, la acción va en consecuencia con el pensamiento, más allá de que tuviese o no razón en algunas de sus concepciones nodales; pero ese sólo hecho aunado a sus aspiraciones de derrocar las injusticia del orden social existente para sustituirlas por un orden comunista, su utopía, expresada de manera inquebrantable aún frente al tribunal que lo sentencia a muerte, le da la dimensión de imprescindible. Herencia que toma Simón Rodríguez y que, en consecuencia, alimentan al Bolivarismo desde su génesis.

Aunque todos estos esfuerzos no hubiesen logrado el propósito de la instauración del socialismo, sino que como ahora ha ocurrido tras varios experimentos fallidos de “creación socialista”, la dominación capitalista se ensaña de manera más salvaje en la mayor parte del planeta, ni aquellos ni los más recientes intentos se pueden considerar enterrados bajo los escombros humeantes de las barricadas parisinas, ni bajo las ruinas del muro de Berlín, ni bajo la destrucción que dejan los “misiles inteligentes” lanzados por el imperialismo en cada una de sus guerras de recolonización. Es sobre los cimientos de la esperanza hechos perseverancia y resistencia, aún en escombros, aún en ruinas…, que se yergue el ideario de la justicia social del marxismo fortaleciéndose con las nuevas experiencia que ahora tienen la gracia de converger con la potencia que entraña el planteamiento bolivariano, el cual sea dicho de paso, tampoco se puede considerar enterrado bajo la perfidia de la práctica santanderista que ha pretendido no sólo acabar con la imagen del Libertador sino con la posibilidad de su proyecto emancipador…, con su utopía.
La bolivariana utopía marxista ahora.
Es innegable que Marx, a partir de un profundo estudio basado en su concepción y método que cimentó con los mejores aportes del pensamiento universal logró auscultar más que cualquier otro en su época, en las leyes de la anarquía capitalista, develando la lógica que indica la factibilidad de la utopía comunista. Marx explicó de manera fundamentada cómo las mismas leyes que regulan la economía del capitalismo preparan su propia caída, en la medida en que su anarquía creciente se hace incompatible con el desenvolvimiento de la sociedad en tanto genera verdaderas crisis políticas y económicas catastróficas que se tornan insostenibles y riesgosas para la existencia misma del género. De tal manera la transición hacia modos de producción conscientemente organizados por la humanidad es lo que garantiza que la sociedad no perezca en las convulsiones incontroladas.
Aun con lo negativo de experiencias socialistas que no fraguaron como alternativa al capitalismo, cada día es más evidente, tal como lo muestra la devastación creciente del planeta generada por el capitalismo depredador, y tal como lo pone de bulto la actual crisis capitalista mundial, que ha llevado a los grandes financistas y adoratrices del libre mercado, a impetrar la intervención del Estado en su auxilio, que la única alternativa es el socialismo y que la utopía comunista se impone como necesidad histórica resultante, además de las propias leyes del desarrollo capitalista.
Sin vacilación, desde el continente de la esperanza, como lo llamara Bolívar, los revolucionarios de la América Nuestra deberemos hacer causa común con los revolucionarios del mundo para dar propulsión, para catalizar todas las potencias de la utopía, retomando la rica herencia de las generaciones de revolucionarios que nos han precedido, ya como bolivarianos, ya como marxista, ya como lo uno y lo otro, haciendo del internacionalismo y la solidaridad fuerza vivificante del accionar en unidad, en la lucha contra las oligarquías y el imperialismo en un ahora impostergable que exige no dar respiro a la reacción, aplicando todas las formas de lucha y medios al alcance, con todo el espíritu de sacrificio aprendido de nuestros próceres, sin importar que nos llamen ya no sólo voluntaristas, putchistas, o aventureros…, sino terroristas en esa misión de “hacer lo imposible”, en esa misión de “tomar el cielo por asalto”, pues no es en el revolucionario la utopía un reposadero para las reflexiones etéreas sino el acicate de la acción, de la praxis plenamente orientada a la toma del poder.
Esta no es la hora de las retiradas ni de las doctas reflexiones acerca de si existe o no la situación revolucionaria, como si la sola especulación inagotable fuera la tarea delegada, como si no hubiese las suficientes condiciones de miseria y de inconformismo que nos puedan impulsar para salir de la sobresaturación de pérfida, explotación y humillaciones imperiales. Como diría Bolívar: “esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! ¿300 años de calma no bastan?...”
Qué necesarios, entonces, se hacen los Babeuf que no esperen condiciones sino que se adelanten a ellas; que urgentes son los que se atreven a declaren “la guerra a muerte” contra quienes nos asesinan día a día; qué imprescindibles son aquellos que se deciden a hacer su “Campaña Admirable” pese a todo pronóstico de inviabilidad; qué indispensables son los que eleven su verbo y su acción para gritar el nuevo Manifiesto que nos reitere que se hace apremiante una revolución, que con ella no tendremos nada que perder más que las cadenas, y sí todo un mundo que ganar; que imperioso es mirar hacia la antorcha de la utopía que encendida nos alumbra el sendero de la emancipación.
Aunque, valga decirlo, siempre estarán, de sobra, los que como el señor Dühring o Santader, El señor Bush o Uribe Vélez, cada uno en su época y en su salsa llevando como bandera el mugroso trapo de la contra-revolución, descalificando y persiguiendo a quienes se han atrevido a soñar con “la mayor suma de felicidad posible” para la humanidad. Y, seguramente, no nos llamarán ya "alquimistas sociales", o “tea de la discordia”, “estúpidos” o “locos”, “charlatanes”, “panfletistas” y “dinosaurios”…, sino “terroristas”, u otra cantidad de denigrantes epítetos inimaginables dentro de ese “florilegio” de insultos, como diría Engels, con los que nos suelen enfrentar en el campo ideológico o con su obscena guerra mediática.
Pero resulta que a pesar de ello, con semejante herencia combativa que significa el marxismo y el bolivarismo, ni siquiera el derrumbe de lo que se llamaba socialismo en algunos países, o lo que se tenía por ello, o las funestas guerras fascistas de los oligarcas de hoy nos convencerán de que es el reino de la explotación y las humillaciones lo que ha de imponérsele al hombre como absoluto. Nuestro leit-motiv es la esperanza así sea que, como escribía Betolt Brecht, “con paso firme se pasee hoy la injusticia y los opresores se dispongan a dominar otros diez mil años más, y con su violencia garanticen que “todo seguirá igual”…, y que entre los oprimidos muchos digan ahora: "Jamás se logrará lo que queremos".
Con Brecht deberemos volver a decir que:
“Quien aún esté vivo no diga "jamás".
Lo firme no es firme.
Todo no seguirá igual.
Cuando hayan hablado los que dominan,
hablarán los dominados.
¿Quién puede atreverse a decir "jamás"?
¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros.
¿De quién que se acabe? De nosotros también.
¡Que se levante aquél que está abatido!
¡Aquel que está perdido, que combata!
¿Quién podrá contener al que conoce su condición?
Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
y el jamás se convierte en hoy mismo.
Y porque la utopía no puede ser quietud, estas no son sólo “puras fantasías”. El desenvolvimiento de la humanidad no puede estar condenado, inevitablemente, a un curso caótico e imprevisible, cruel e injusto… Deberemos continuar la búsqueda de ese anhelado mundo diferente mejor, que nos permita salir de la prehistoria, tal como lo auguraba Marx cuando decía que ello ocurrirá cuando exista sobre la Tierra un régimen social verdaderamente racional, justo y equitativo. Ese es el sueño que debe dar razón de existencia al revolucionario. Ello pudiere parecer “imposible”. Algunos creen, asemejando el concepto a “inútil fantasía”, que soñar con cosas “imposibles” se llama utopía, y pueden tener razón; pero como bolivarianos-marxistas, precisamente eso es lo que nos corresponde, la lucha por lo “imposible” y no por lo que se nos muestre como evidentemente imprescindible para la supervivencia de la especie y alcanzable dentro de un horizonte temporal de la vida; o sea, lo que llaman “realismo”. Nuestro realismo puede ser eso, pero es sobre todos “hacer lo imposible”, además.
Por ello, nunca han de faltar los que ya con las armas en la mano gritemos desde cualquier rincón de la América: ¡aquí estamos!, con la resolución de construir el paraíso aquí en la tierra; los que con la perseverancia indoblegable de combatientes como el Héroe Insurgente de la Colombia de Bolívar, Manuel Marulanda Vélez, repitamos su credo de amor por los pobres, multiplicando su voz y sus enseñanzas:
“si nos sacan de la orilla del río, cruzamos hacia la otra orilla del río; si nos sacan de la montaña, escapamos a la otra montaña; si nos sacan de una región, atravesamos el río, atravesamos la montaña y buscamos otra región...”. Acreciendo la experiencia, transformando el principio hasta decir: “si nos sacan de la orilla del río, los estaremos esperando en la otra orilla del río; si nos sacan de la montaña, los estaremos esperando en la otra montaña; si nos sacan de una región, en otra región los estaremos esperando”. Labrando el principio hasta decantarlo en una idea precisa: “Ya no sólo los estaremos esperando en la otra orilla del río, ya no sólo los estaremos esperando en la otra montaña, ya no sólo los estaremos esperando en la otra región. Ahora volveremos a buscarlos en la orilla del río de donde un día nos sacaron, volveremos a buscarlos a la montaña de la cual un día nos sacaron a la huyenda, volveremos a buscarlos en la región que un día nos hicieron correr...”. (Citado por ALAPE, Arturo: Las Vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo. Planeta Editores. 1989, p. 219).
Como en Marulanda, entonces, estará en cada combatiente bolivariano y en el conjunto del ejército insurgente por él forjado, el ideario comunista sobreviviendo, así las muertes de su utopía, como las historias de su propia muerte se escuchen en los confines de la selva y de la montaña.
Ya lo hemos dicho en reiteradas ocasiones, con estas enseñanzas del Héroe Insurgente de la Colombia de Bolívar, expresión eminente de la militancia revolucionaria, que en el caso de las FARC, no nos encontramos ante una construcción donde pueda retozar el “bolivarismo” o el “marxismo” de escritorio, propio de los sapientísimos ideólogos que imponen el oropel del pacifismo y la mansedumbre borreguil de la intelectualidad “postmodernista”. No es el envanecimiento del teoricismo sin compromiso lo que ha forjado Manuel Marulanda Vélez.
Así, con ese carácter de la conciencia marxista, bolivariana, marulandista, llena de utopía, Las FARC-EP frente a ese capitalismo que no obstante estar en crisis cuenta al mismo tiempo con ingente poderío bélico, modestamente perseverarán en no descuidar aquello que la cobardía y el oportunismo de los arrepentidos, reformistas y claudicantes camuflan con retórica pacifista: el aspecto militar de la lucha de clases, que es asunto sobre el que especialmente llaman la atención consecuentemente, siguiendo el camino abierto con toda una vida de dedicación por el comandante Manuel…; en fin, demostrando su pertinencia.
Con sus palabras, entonces, repetiremos con más convicción que nunca que : “Los esfuerzos y sacrificios de Mandos, guerrilleros, guerrilleras, dirigentes del Partido Comunista Clandestino, población civil, caídos en combate y presos en campos y ciudades en acción revolucionaria durante los 43 años de confrontación, le están demostrando a la clase dirigente de los partidos tradicionales y al Estado que la lucha revolucionaria es justa e inaplazable, y por lo tanto imposible de derrotar, como lo han pretendido los anteriores gobiernos y el presente. Teniendo en cuenta que tarde o temprano la única salida que les queda a los gobernantes es la negociación política con la insurgencia, si no quieren perder del todo su privilegio adquirido por muchos años (Manuel Marulanda Vélez. De una Carta a los combatientes. Diciembre de 2007).
Por demás, no creemos ya posible que nos hechicen los sirénicos cantos de los derrotistas corifeos del desarme. Hemos vivido enfrentando cada ofensiva de aniquilamiento del monstruo oligárquico e imperial, y le conocemos sus entrañas; ¡“nuestra honda es la de David”!
Por ahora, entonces, no quedaría más que decir con palabras del inolvidable Julius Fucik contra el fascismo y en nombre de la utopía comunista bolivariana que: “Cuando la lucha es a muerte;/ El fiel resiste;/ El indeciso renuncia;/ El cobarde traiciona…,/ El burgués se desespera,/ Y el héroe combate".
¡La victoria será nuestra!
Frente al sagrado altar de nuestros muertos, ¡hemos jurado vencer y venceremos!
Montañas de Colombia, marzo de 2009.